VITORIA - "Es muy tentador banalizar el valor de la cultura, porque no es cuantificable", asegura Joseba Apaolaza (Urretxu 1960), que tiene muy claro que "la ideología se manifiesta en el reparto del dinero".
¿Cómo define su personaje, hasta donde se lo permitan?
-Alfredo está en el bando de los malos. Es un médico con un pasado oscuro, con un juicio por mala praxis, que ha estado en la cárcel? Está conchabado con Sor Antonia y con otra mafia para hacerse con los niños de un orfelinato.
¿Por dinero?
-Sí, pero también le toca hacer un poco de sicario, de esbirro; lo que le viene grande. Es malo malísimo.
En su larga trayectoria, ¿había interpretado a alguien tan malvado?
-De esta calaña, ninguno. Es malo sin matices. Supongo que los seres humanos siempre encuentran una justificación para comportarse como lo hacen, incluso cuando es algo tan abyecto como robar niños.
¿Le mueve alguna razón 'moral'?
-No, no. Además tampoco tiene margen para disquisiciones.
Personalmente, ¿le ha hecho reflexionar este argumento sobre las historias de bebés robados?
-Sí, pero me impactó más en su día saber la verdad de lo que se entrevé que sucedió. Me impresionó mucho, más que esta ficción; pero la serie da mucho que pensar y eso es parte de lo que pretende.
¿Con qué personajes comparte más escenas?
-Me muevo en un círculo muy restringido y sobre todo trato con la religiosa y con el jefe de la mafia. Casualmente ya había trabajado con Elvira Mínguez (Sor Antonia) en Días contados, de Imanol Uribe. Hace veinte años que no nos veíamos. También he coincidido antes con Tito Valverde porque hice un personaje que tuvo cierta continuidad en El comisario. Mi papel es pequeño, pero tiene importancia.
¿Es difícil rodar una serie con tantos saltos en el tiempo?
-Básicamente está dividida en dos partes, una se ambienta hacia 1974 y otra en el 2000; y una tercera que es ya contemporánea. Está estructurada de una manera diferente a lo habitual, en tres tiempos narrativos; así que también nos ha tocado atrezzarnos, envejecer, camuflar la edad? Además hay que cuidar detalles como que no aparezca un coche que no existía todavía.
Tuvo que compatibilizar la grabación con los últimos capítulos de esta temporada de 'Goenkale'. ¿Fue muy duro?
-Me coincidió el trabajo en Sin identidad con los últimos meses de Goenkale y con los ensayos en Bilbao de Pankreas. Estuve casi un trimestre entero viajando muchísimo, haciendo gaupasas en el autobús para rodar sin dormir. Es algo que no me gusta, andar tan apretado; me tocó hacer un triángulo bastante continuo entre Donostia, Madrid y Bilbao, pero bienvenido sea.
Tres meses entre tres ciudades, de una serie en castellano a otra en euskera y además teatro clásico.
-Fue un trimestre completito, pero la semana pasada volví a apuntarme en el paro y estoy a verlas venir otra vez. Ahora solo tengo pendiente una semana en Barcelona con El hijo del acordeonista, aunque para otoño ya están saliendo funciones de Pankreas.
Y de paso se ha conseguido que los actores no desprecien la pequeña pantalla... porque hasta hace pocos años lo hacían.
-Es verdad que ha habido un giro y con el devenir de los años, muchísimas grandes estrellas se han apuntado al formato televisivo, entre otras cosas porque los personajes de las series tienen más recorrido y más profundidad. Además, si duran más tiempo se gana más dinero.
'DBH' gustó mucho al público y a la audiencia de ETB, pero no ha tenido continuidad...
-Cuando el producto gusta y no tiene continuidad queda claro que el dinero se convierte en el único argumento. Me dio pena no seguir. Se había acertado con el formato y lo más difícil estaba hecho. A veces se peca de querer probar cosas nuevas y no seguir apostando por las que han demostrado que funcionan.
¿La situación de la interpretación es tan mala como se dice desde que llegó el Gobierno de Rajoy?
-Está fatal sin matices. Un porcentaje apabullante de la profesión está inactivo y lo veo en mi entorno. La gente está ganándose la vida en lo que puede.