ALCALÁ DE HENARES. "García Márquez, con 'Cien años de soledad', le dio alas a América Latina, y es ese gran vuelo el que hoy nos envuelve, nos levanta y hace que nos crezcan flores en la cabeza", afirmó Poniatowska al principio de su discurso.

La escritora y periodista citó también en su discurso a otro excelente escritor fallecido recientemente, el mexicano José Emilio Pacheco, ese amigo que le hablaba de "la inmensa vida de México", y al premio nobel Octavio Paz.

Rodeada de sus tres hijos y de siete de sus nietos y vestida con el traje "rojo chillón y amarillo" que le regalaron las mujeres de Juchitán (Oaxaca, México) para que se lo pusiera en ocasiones solemnes como la de hoy, la escritora recordó al principio de su intervención a las otras tres escritoras que han ganado el Cervantes.

La española María Zambrano fue la primera en recibirlo y es muy querida en México, porque vivió allí tras la Guerra Civil española. El exilio fue para ella "una herida sin cura, pero ella fue una exiliada de todo menos de su escritura".

La segunda fue la cubana Dulce María Loynaz, amiga de García Lorca y que hospedó en su finca de La Habana a Gabriela Mistral y Juan Ramón Jiménez. Y la tercera, la novelista española Ana María Matute, "hermosa y descreída" y con la que Poniatowska sintió "afinidad con su obsesión por la infancia y su imaginario riquísimo y feroz".

Estas escritoras, "zarandeadas por sus circunstancias -dijo-, no tuvieron santo a quien encomendarse y, sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido, porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte".

Nacida en París en 1932, sus referencias a México, el país en el que vive desde los diez años y al que ha dedicado su extensa obra, fueron constantes en el discurso, en el que quedó patente la gran humanidad de esta mujer menuda y de cara expresiva y agradable, que siempre se ha sentido muy cerca de los más desfavorecidos.

El idioma fue "la llave" para entrar en ese "enorme país temible y secreto llamado México", y en el mundo indio. "¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcoyótl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta de quiénes eran sus conquistados".

Y la llave para "abrir a México" se la dieron "los mexicanos que andan en la calle", personajes de los años cincuenta como el cartero, el afilador de cuchillos o el vendedor de camotes, "semejantes a los que don Quijote y su fiel escudero encuentran en su camino".