GASTEIZ. Certero, mirando con cautela hacia años pasados, Miguel Sánchez-Ostiz da un somero repaso al entrevistador y a una novela que vio la luz en 1984. No hagan caso, debajo de esa careta de gruñón, atrapada en verdades como puños, se esconde un tipo entrañable de risa contagiosa y afabilidad sin par.

Afirma en el "posfacio con catalejo" de 'El pasaje de la luna' que no volvería a escribir esta novela en un, quizá dudoso, ejercicio de sinceridad, ya que ahora juega con la ventaja, o la desventaja, de los años transcurridos. ¿Por qué?

¿Ejercicio dudoso de sinceridad? ¿No veo por qué iba a serlo? Además, suena regular, como si escondieras algo. En mi posfacio digo lo que siento y lo que me parece ahora la novela. Sin más. En eso con algo de ventaja juego, sí, pero no la utilizo para burlarme de lo que hice ni para despreciarlo porque eso sí que sería jugar sucio. En todo caso estoy convencido de que no volvería a escribirla, entre otras cosas porque no podría, por falta de ganas y hasta de estímulos. No soy el mismo, mis preocupaciones literarias y vitales son otras. Es difícil ser el mismo, a treinta años vista. Y ponerse en el pellejo del que fuiste, también.

En aquellos años, y en aquellas páginas, todavía se atisbaba en Miguel Sánchez-Ostiz cierto optimismo. ¿Qué ha sucedido con él que ha dado paso a una realidad literaria mucho más cruda? ¿No queda ni un solo resquicio para la esperanza?

¿Optimismo en El pasaje de la luna? Me cuesta creerlo. Basta seguir los pasos de Enrique Estébanez, el protagonista, por la noche de la ciudad y en su último viaje. La realidad literaria cruda no tiene nada o muy poco que ver con el optimismo. ¿Quién le ha dicho que yo no tengo esperanza? Además, ¿esperanza en qué? ¿En que esto cambie? ¿El qué, cómo? ¿No es bastante esperanza seguir escribiendo contra viento y marea? Aquí ya se trata de sobrevivir, cada cual en lo suyo, yo como escritor, tratando de que por los motivos que sean, no me silencien del todo y de poder decir lo que veo y pienso con más o menos tranquilidad.

"La literatura ya no es un juego, y si así se considera, es para apostar tu propia vida". ¿Cuándo descubrió que había apostado la suya en esta profesión?

Esa frase es inexacta. Yo no digo eso en mi texto. Además añado algo importante: que cada cual haga lo que le venga en gana, que quieres juego, toma juego, que quieres, pasión torturada o mandangas de policías mágicos, pues nada, muchacho, hasta que cante el gallo... Más o menos. Depende de cuál sea tu escritura, la vida o la tensión que la sostengan, lo que quieras hacer con ella. Cuando no buscas el arrimo del gusto oficial y manipulado del lector, de la claque mediática, cuando no te beneficias de campañas editoriales fraudulentas que venden basura a precio de obra maestra, entonces te das cuenta hasta qué punto te la estás jugando. Sí, con la publicación de la novela empezó mi despedida de la profesión de abogado. Aun tardé unos años en colgar del todo la toga.

¿Le ha salido bien la apuesta?

Qué quiere que le diga... A ratos... como todo. Sí digo que no me ha salido bien, me abuchean, seguro, o se divierten, son muy animados los más vocingleros de mis convecinos para estas juergas; y si digo que sí, que me ha ido estupendamente, que me permite vivir como Dios hecho un triunfador, pues también habría bureo, aunque por otro motivo... así que "No le diré", porque todavía está por ver si me ha salido bien o mal aquella apuesta en la que sigo, un libro detrás de otro.

Aunque no estemos para "juguetes literarios", ¿echa en falta jugar por el placer de jugar con las letras y las palabras, reírse escribiendo?

En absoluto echo en falta el reírme escribiendo, porque a mí se me parte el orto de la risa cuando escribo cosas como Zarabanda, la novela baztanesa silenciada a conciencia, ¿o no?, por quienes pudieron darle más voz o hacerle más caso, o Las pirañas, o La flecha del miedo o Cornejas de Bucarest o El piloto de la muerte... que tienen pasajes "de mucha risa", digamos, claro que más para unos que para otros, que es lo que tiene la risión.

'El pasaje de la Luna', ¿fue un preludio necesario para encontrar su propia literatura, que llegaría en 'Las Pirañas'?

Pues sí, como digo, o creo que digo, que no me acuerdo, y si no lo dije, lo hago ahora, si estoy ahora mismo escribiendo lo que estoy escribiendo y contestando a sus preguntas es por haber escrito y publicado aquella novela, entre otras muchas páginas, por muy esteticista o travesura o fantasía literaria que fuera.

Absenta, cocaína, morfina, cabarets, vampiresas que en realidad eran hijas de familias que a esa hora estaban oficialmente cuidando enfermos... ¿Realmente existió 'esa' Pamplona?

¿Y qué importa que existiera o no? Especulaba o jugaba con la idea de una ciudad imaginaria, como el Castroforte del Baralla, de Torrente, y otras, ciudades volantes, subterráneas, situadas al otro lado del telón del sueño, como hicieron Chesterton o el irlandés O'Brien... Cafés cantantes hubo, noctámbulos irredentos de los de noche entera en vela y puerto final en churrería, también, coca y morfina desde luego, porque la primera se vendía en farmacias, con receta supongo... Mi novela se sitúa en el territorio de lo que nunca hubo, de lo que pudo haber habido y de lo que no pudo ser jamás... Sin contar con que hay muchos personajes literarios que en esas páginas cobran vida; personajes y páginas. Lo de la coca lo explico en el posfacio porque era tan evidente, para quien dice haber leído a Conan Doyle, que no se enteró nadie... y ahora tampoco. Solo que ahora me da igual.

¿Percibió Sánchez Ostiz cierta convulsión tras publicación de una novela, allá por 1984, en la que se describían ciertos usos y costumbres escondidos, esos de los que nadie habla en público pero todos saben, que jamás correspondía a la fachada oficialista y políticamente correcta de la vieja Iruña?

No, de convulsión nada y si la hubo no me enteré, y tampoco la intención de mi novela era la de denunciar nada ni mucho menos "vicios ocultos" porque esos, de haberlos, son más que notorios. Mucho más importante es la forma traviesa que tuve de tratar el tema del doble, tan explícito, tan stevensoniano, que no ha reparado en él nadie, que yo sepa, algo que es muy de este mundo en el que todos hablan y nadie ha leído lo que dice haber leído... pasa mucho. No es de ahora. Con el Robinson Crusoe por ejemplo. Todo el mundo dice haberlo leído, pero pregunte usted por el capítulo en el que Robinson pasa por Pamplona y le dirán que eso te lo estás inventando para fastidiar o que en su ejemplar no sale. Con El pasaje de la luna pasó algo parecido. ¡Que habla de Pamplona! ¡A ver, a ver, dónde salgo, que me han dicho que salgo, que mi familia... Hale, a buscarse, y no salían, no, presuntuosos, y eso también les mosqueaba. El asunto es mosquearse. Si el libro es gordo porque es gordo, si es delgado porque lo es, si les han dicho que salen, porque les han dicho, si no salen porque no salen... ¡A la mierda!

¿Pamplona se ha convertido, para Sánchez-Ostiz, en un cesto de mimbre tejido por una especie de amor-odio del que, parafraseando un pasaje de la novela 'cantando' por un colega del instituto de Enrique Estébanez, "no me marcharé porque es mi mundo"?

Da igual que me vaya, que me quede o que no haya estado nunca. Pamplona es lo que es. Para unos una cosa, para otros, otra. Para quienes viven del pesebre institucional, un paraíso. Yo vivo más en mi casa que en Pamplona, cuando estoy aquí, porque en cuanto puedo armo el bulto y salgo pitando. El resto son leyendas, chungas, poco veraces, dudosamente sostenidas en hechos reales y en páginas publicables, que me la traen al fresco. Matas un perro y mataperros. Lo del cesto no lo veo... ¿el faquir y su cobra? Pues no estoy yo para salir bailando al chiflo de nadie.

De todas formas, el homenaje que acontece en el Gran Hotel parece un episodio de esos que se ha pegado como la lepra a la piel de los sufridos navarros, un perenne fasto en el que la elite foral vivió durante años revolcándose en un barro que ha traído los lodos actuales.

¡Qué barbaridad! ¿Para tanto ha sido? Vaya, yo creía que de unos calderetes entre mafiosos no habían pasado, pero todo puede ser. A nada que le eches un poco de imaginación se ponen todos a dieta, bueno, a dieta siguen. En realidad mi banquete es una parodia de un homenaje real a José María Baroga, cuando ganó no sé qué premio poético, que tuvo lugar en Casa Otano. Lo ganó con un poema a la batalla de Roncesvalles y a los postres, cuando le vate recitaba el poema, alguien, muy conocido y ya muy harto, exclamó aquello de "¡Y ahora viene lo del olifante!" y se armó la marimorena. Pamploneserías que entonces me hacían gracia porque las compartía con un amigo entrañable de entonces, Javier Olóriz, que fue quien me contó mil anécdotas de una Pamplona que yo no había conocido. Pamploneserías que ahora me hacen mucha menos gracia por no decir que no me hacen ninguna. La Pamplona de hace treinta años se ha esfumado y la de hace 50 todavía más. El menú creo que es de una comida que le dio al ciudad al verdugo de Cuna, el general Weyler. Lo que tiene menos gracia es a dónde fueron a parar los entusiasmos y las amistades fraternales de aquellos ochenta. El tiempo no ha pasado en balde ni para la novela ni para nosotros. Esto es lo verdaderamente importante. La vida que huye, que se nos escapa como arena entre los dedos, esa es la tinta con al que escribí la novela, ¿tan difícil es darse cuenta de eso?

En ese posfacio realmente revelador nos encontramos con un Miguel Sánchez-Ostiz a las puertas de intentar convertirse en artista plástico, ¿cómo llegó a tal convencimiento?

Fue un arrebato, porque como explico en esas páginas los jurados del premio se equivocaron de persona, eso decían entonces, yo qué sé, y la novela no tuvo suerte en el premio de Caja de Ahorros Municipal, aunque luego la tuviera en el Nacional de Literatura del que quedó finalista... Hubiese sido temible terminar montando una exposición y que me la comisariara alguno de los actuales pesebristas de cabecera que tiene el gobierno, que algún donfigura me escribiera un texto más enigmático que un jeroglífico de Ocón de Oro y que el famoso crítico Matías Gali me la reseñara en el Diario... una pesadillas de esas en las que al despertar los chungos siguen ahí, quietos, de guardia... Quite, quite, estoy muy bien donde estoy, en mi mundo, con mis libros, tengan estos la suerte que tengan.

Ahora, o al menos hasta hace poco, en el Pasaje de la Luna los jóvenes hiphoperos bailan break hiphoperosbreakdance

Pues bien, me parece bien, igual hace veinte años que no he pasado por ese lugar. La ciudad no es que cambie, es que nosotros envejecemos... Lo dijo Hemingway, y si lo dijo Hemingway, a misa, a misa... tenga o deje de tener razón.