¿No termina siendo una musa un tanto repetitiva la carretera?

La verdad es que los tres trabajos que he realizado con ella como protagonista son muy diferentes. Ruta 66, que hice con Josu Izarra, sí era tal vez más parecido a lo que ahora está en Amárica (En el arcén de camino al norte) porque retrataba lo sitios alrededor de la ruta, aunque en aquella ocasión no me negué a sacar la carretera y esas cosas que he hecho ahora. Darkness era más diferente. Sí, había carretera, pero se quería hablar de la belleza. Y esta vez, según iba haciendo las fotos, me di cuenta de que había algo más detrás, no era un reportaje de lo que está en torno al asfalto, sino espacios muy decrépitos para estar en España. Supuestamente estamos en un país muy avanzado, pero aquí he querido mostrar que Europa sigue hacia adelante mientras nosotros nos quedamos atrás. La N-1 me ha exigido tiempo para hacer este proyecto. Hacer el trayecto de Irún a Madrid y viceversa en un día son nueve horas y eso son muchos minutos para pensar. Por eso esta propuesta es más reflexiva que las anteriores.

Y eso que la N-1 ni sale.

Bueno, se trata de contar lo mismo pero de una manera para nada evidente. Es hacer pensar. Y puedes hacer miles de lecturas. En mi caso, me he querido centrar en esos lugares abandonados que va dejando la construcción de la carretera nueva.

¿La cultura es un lugar abandonado como los que retrata?

Sí, totalmente. Bueno, en realidad es todo el país. La fotografía tiene que ser consciente de lo que pasa a su alrededor, no se puede encerrar en nuestro estudio a hacer flores secas o, por lo menos, no ahora.

Su día a día es el fotoperiodismo. ¿Qué tiene en común y qué le diferencia con la fotografía artística?

Cada vez más, y por cómo está la situación, el fotoperiodismo está más muerto que vivo. En mi vida profesional cada vez hago menos fotoperiodismo y más publicidad y fotografía comercial. Llevar a cabo una propuesta artística como En el arcén de camino al norte es algo tan diferente a todo lo anterior que me supone un gran descanso. La mayoría de los fotógrafos profesionales que conozco se dedican a hacer trenes de juguete o lo que sea porque es muy complicado dedicar tu día de descanso a coger otra cámara. La mirada que te exige cada campo es totalmente diferente, igual que el método de trabajo, la cámara... Es decir, yo no puedo hacer con mi cámara habitual un trabajo artístico y menos en Vitoria porque no me sale. Cambiar me libera mentalmente.

¿Artista, fotógrafo...?

Lo tengo clarísimo: ni quiero ser ni soy artista. Hay que reivindicar el trabajo de un artesano como puede ser un fotógrafo. El artista es la persona que está en paro y no consigue llegar a final de mes. Nosotros sólo hacemos fotos. Bien, después puedes mezclarte con otras disciplinas y lo que quieras, pero yo de artista no tengo nada. Es más, creo que en ocasiones es una palabra denostada. Hay quien llama artista a una cantante folklórica, con todos mis respetos, y a un fotógrafo de primera fila.

Sí, bueno, pero usted expone en Amárica o hay importantes muestras fotográficas en museos o...

Bien, pero no deja de ser fotografía. Al final, el mundo del arte se mueve por una serie de cuestiones que se me escapan. Sólo sé que soy un fotógrafo que expongo en una sala como Amárica, un espacio dedicado a la fotografía que es un lujo para Vitoria y que es la envidia de muchos compañeros fuera de aquí, máxime en un momento en el que la fotografía está tan denostada.

¿Y lo está por las nuevas tecnologías o por otras causas?

La primera revolución en la fotografía se produjo a raíz de que Kodak sacase la brownie y lanzase aquel eslogan de: tú haz la fotografía y nosotros hacemos el resto. Ahora llega la segunda revolución, que es la digital, y en realidad pasa algo parecido. Se ha generalizado el acceso a la fotografía porque cualquier móvil tiene una cámara. Pero al mismo tiempo, estamos tan bombardeados de imágenes, que no valoramos la fotografía. Está denostada porque cualquiera hace cualquier cosa con una cámara, luego le pone un filtro y ya parece que es la leche. El fotógrafo profesional ha llegado a un punto en el que es cada día más difícil que su trabajo se note.

¿De todas formas, no importa más la mirada que la herramienta?

Sí y mucho. El problema es que ahora vamos a hacer una foto y tiras 25. Es decir, es una verborrea donde no hay un parón, donde se generan pixeles basura. Antes nos quedaba el negativo. Lo que le va a pasar a la gente dentro de 25 años con sus fotos domésticas es que no va a tener su álbum familiar, su memoria fotográfica. Cuando pierdes el móvil, cuando se te olvida descargar las imágenes en el ordenador... todo eso se pierde. Además, hacemos esas imágenes con el móvil y algunas cámaras en una calidad muy pésima. Dentro de medio siglo será imposible tener una colección como las que ahora forman, por ejemplo, el Archivo Municipal. Antes la gente se hacía fotos en momentos importantes de su vida. Hoy se toman tantas imágenes que no se valoran. No hay reflexión como por ejemplo me ha pasado a mí en En el arcén de camino al norte porque la cámara me lo ha reclamado.

¿En qué sentido?

Es una cámara de banco óptico, de las que hay que ponerse el paño encima, que entre que la montas y la desmontas te cuesta una media hora. Es un proceso de visualización, de encuadrar, de medir la luz, de esperar... que se está perdiendo. Si tomas estas mismas imágenes con una digital igual tienen más nitidez, pero en ningún caso la misma profundidad. No tengo nada contra la fotografía digital, entre otras cosas porque la uso todos los días para mi trabajo. Pero también creo en la analógica y en su uso profesional. De hecho, todavía quedan revistas, como Wallpaper (dedicada a la arquitectura), que exigen a sus fotógrafos trabajar en gran formato y en película.

De hecho, hemos llegado a un momento en el que fotógrafos profesionales que compaginan su labor o que se dedican a la 'bbc' (bodas, bautizos y comuniones) exigen a las instituciones límites ante el intrusismo aficionado.

Limitar, por parte de las instituciones, quién hace una boda es imposible. Eso tiene que partir de cada uno. Tú tienes que saber lo que valoras. Aquí tienes a gente como Jon Rodríguez o Josu Izarra que lo hacen muy bien y tienes que valorar si quieres pagar su buen hacer o si buscas que tu primo te tire unas fotos. Es lo que hablábamos antes, es un problema de valoración de la fotografía. Está denostada. Y hay que recordarle a la gente que los fotógrafos profesionales cobramos, por supuesto, pero también pagamos Seguridad Social, los seguros, las cámaras... ¿Puede permitir una institución que alguien sin seguro haga un trabajo en un salón en el que se puede romper algo? Otra cosa es establecer una línea entre quién es profesional y quién no, puesto que es una diferenciación un tanto complicada. Por ejemplo, no existe la carrera de fotografía. Una persona con mi misma cámara podría llamarse profesional y tal vez nadie lo pondría en duda, sólo aquellos que saben apreciar que tú haces algo diferente.

Ahora que habla de formación, es usted también un habitual de cursos y talleres.

Tienes que ser permeable a todo lo que ocurre. Yo, de todas formas, cada vez voy menos a cursos de fotógrafos y más a talleres de editores o de personas que se dedican a otras cosas. Tienes que reciclarte porque si no mueres. Aquí en el País Vasco ha habido grandes estudios de gente que no supo incorporarse a lo digital y cerraron sus negocios. Pero, como te decía, no es una cuestión de ir a donde otros fotógrafos, sino de acudir, por ejemplo, a un curso con un pintor o con gente que te ofrezca otras perspectivas. Eso es imprescindible para cualquiera que quiera hacer algo serio.

Si estoy en Vitoria y quiero buscar esa mirada propia y diferente, ¿cómo lo hago?

La técnica es fácil de conseguir, incluso a través de Internet. Aquí en Vitoria, el mejor sitio donde se está dando fotografía en estos momentos es en la Escuela de Artes y Oficios, y eso que su presupuesto es mínimo. Pero tienen unos profesores muy buenos. Con todo, la mirada se consigue a base de ver fotografías, cine, pintura... eso no lo enseña ninguno curso o centro.

Estamos también en una zona con festivales como GetxoPhoto o, hasta cuando se ha realizado, Periscopio donde se valora mucho lo que viene de fuera y no sé hasta qué punto lo que es de casa.

Aquí, en el País Vasco, tenemos grandes fotógrafos, pero no sé si son autores de festival. Por ejemplo, GetxoPhoto tiene una cosa muy buena y es que las exposiciones las elige un comisario profesional que no es ni un fotógrafo, ni un periodista que ha creado un festival, ni nadie parecido, sino una persona que se dedica todo el año a ver fotografía de aquí, de allá, de gente joven, de nombres consagrados... Ese planteamiento me parece muy bueno. Otros festivales se basan en grandes nombres para atraer a los espectadores, pero es algo que no me aporta. ¿Popularizan la fotografía? Sí. ¿Popularizan una fotografía antigua? También. Ver un trabajo de Sebastiao Salgado de los años 80 no tiene nada que ver con lo último que ha hecho. Fotógrafos vascos hay muy buenos, nombres como Aitor Ortiz, Roberto Botija, Gorka Salmerón... son gente muy buena con la que por supuesto que se podría hacer un festival porque varios de ellos están haciendo esfuerzos importantes en sus carreras por afrontar retos nuevos. Eso no quiere decir que debas pasar de los aires que están llegando, por ejemplo, de la fotografía asiática. Tienen otra visión completamente diferente que te deja impactado.