EN medio de la acelerada vuelta a la normalidad, al colegio, al puesto de trabajo (salvo los seis millones de ciudadanos/as que siguen atrapados en el desempleo) nos llegó la noticia de la muerte de uno de los grandes del periodismo, que tuvo protagonismo relevante en los tiempos de la hoy tan criticada transición que en otras calendas era modelo de cambio de un régimen autoritario al de libertades cívicas. Algunos de los obituarios escritos in memoriam de tan singular personaje del periodismo en los tiempos democráticos describen a Manolo Martín Ferrand como periodista de los de antes, de los denominados con expresión de escasa fortuna, periodistas de raza, como Balbín, Leguineche, Rodríguez o Hermida. Periodistas que conocieron los tiempos negros para la libertad de expresión de las décadas franquistas y que empujaron el carro hacia un información veraz, rigurosa y honesta. Martín Herranz estaba convencido de la necesidad de unos medios autónomos frente al poder, los grandes complejos empresariales y los poderes fácticos: Iglesia, Ejército y Banca. La necesidad de profesionales preparados para atender las nuevas fronteras democráticas de la información fue preocupación constante en sus intervenciones radiofónicas y colaboraciones de prensa. Estilo claro, certero, no exento de toque zumbón e irónico acercaba la realidad en una trayectoria profesional que le convirtió en referente comunicador. Creador del programa Hora 25 en la SER, abrió los micrófonos a la libertad. Fundador de la absorbida Antena 3 Radio y TV, utilizó los medios en un ejercicio de versatilidad. Se ha ido una forma astuta e inteligente de plantear la convivencia entre información y opinión; maestría que seguirá como referente para los que sienten la pasión y profesión de este viejo oficio de contar historias que es el periodismo.