vitoria. Empezó a escribir las primeras 'chococrónicas' como catarsis, después de jornadas laborales precarias. Pero en un momento dado la catarsis se convierte en denuncia. ¿O no hay voluntad de denuncia y los lectores queremos verla por lo necesaria que es hoy?
Sinceramente, escribir esas crónicas fue una manera de salvarme a mí mismo de una realidad muy difícil, la de la persona que va de trabajo en trabajo, sin estabilidad, combinando curros que duran veinte o treinta días... De alguna manera la literatura me salvó. Escribir me daba un motivo para ir al trabajo, y yo iba con una visión casi documental, buscando en cada momento el elemento narrativo para componer la crónica. Y partir de ahí he construido un testimonio social. No lo considero un panfleto, no es una denuncia, pero sí es un testimonio de lo que está pasando aquí. Yo no quiero señalar a nadie, pero es inevitable que la gente cuando lo lea diga: está denunciando cosas. La denuncia surge porque la realidad social que estamos viviendo es muy dura.
¿Sin la literatura no habría aguantado en alguno de esos trabajos precarios hasta el final?
Sin duda. Empecé haciendo las crónicas en un blog, y a la tercera crónica ya supe que eso iba a ser un libro. Tenía los elementos. Entonces, yo no hubiera trabajado de promotor de una conocida marca de telefonía si no fuera porque tenía un plan en la cabeza: hacer un libro crítico y que a partir de ahí saliera un debate a la palestra. ¿Hacia dónde nos dirigimos como sociedad a nivel laboral? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué derechos estamos perdiendo? ¿Qué entendemos por una sociedad justa?
¿Los jóvenes de hoy están condenados a la precariedad, o no tienen que asumir eso? ¿Hasta qué punto tienen poder para cambiar las cosas?
Bueno, la realidad es la que es, y hay personas a las que no les puedes decir que rechacen determinados trabajos porque, claro, el alquiler no espera. Y no hay trabajo indigno, realmente. Todos los trabajos son dignos. Lo que son indignas son las condiciones laborales: trabajar mucho tiempo por muy poco dinero, no tener descansos, terminar en una especie de abismo en el que lo único que haces es trabajar y ya no te preocupas de desarrollarte vitalmente ni de avanzar en tus aspiraciones extralaborales... Si el debate funciona para que gente joven se anime y busque maneras de salir de una situación desagradable, perfecto. Pero no hay una guía de estilo, por desgracia. Los jóvenes nos estamos buscando las papas cada uno como podemos. Y esto se ha convertido en la ley de la selva. Lo ideal sería que todos los estamentos sociales, Gobierno, asociaciones, trabajadores y empresarios, fuésemos en la misma dirección: la de dignificar el trabajo.
Pero a muchos les interesa que exista la precariedad...
Está claro. Por ejemplo, una empresa que tiene un superávit o beneficio y hace un ERE, es una empresa que no está interesada en construir una sociedad justa e igualitaria. Esa empresa lo que busca es enriquecerse a toda costa, lo que llamo yo el capitalismo salvaje. Hay ricos que lo que quieren es ser más ricos, y no les interesa navegar hacia la igualdad.
Su libro es la demostración de lo necesario que es tener una motivación en el horizonte para sobrevivir.
Desde luego. ¿Qué pienso yo al empezar a escribir? Que me pueden quitar el trabajo, me pueden quitar la casa, me pueden quitar mis derechos, las ayudas, pero no me pueden quitar por encima de nada la ilusión y la búsqueda de un ideal de felicidad. Y yo tenía el elemento para buscarlo: la literatura. Siempre he soñado con ser escritor. La ilusión es lo último que tenemos que abandonar.
Ha sido capaz de encontrar lo positivo de trabajos precarios, ¿no ha sido difícil?
Creo que forma parte de mi naturaleza. Soy una persona relativamente positiva, y me han educado en el trabajo duro y en el trabajo bien hecho. Cuando iba a hacer de mascota, no iba a pasar el tiempo, sino a hacer bien mi trabajo y a ser una buena mascota; igual que iba a ser un buen promotor o un buen auditor.
¿Por qué nos parece más vergonzoso, en general como sociedad, trabajar de mascota haciendo sonreír a los niños que de banquero especulando con el dinero de los demás?
Sí, es verdad. Si algo he aprendido es que lo digno es trabajar honradamente, y lo indigno es trabajar deshonestamente. Yo le tengo más respeto a la mascota que a un banquero que vende preferentes a abuelitos. Pero hemos construido en la sociedad determinados oficios al margen o en el extrarradio del mercado laboral y que están muy mal considerados, no tienen el respeto social, y lo merecen.
En el libro se refiere a que las políticas de empleo en España las dicta el azar...
Sí, hay mucho de azar, de este día me hace falta, lo llamo a última hora, o mi padre conoce a uno y al final te llega un trabajo. El tema es que tal y como está la cosa, da igual cómo llegues a un trabajo, tienes que llegar como sea. Y eso no sé si es positivo. No vale todo para llegar a un trabajo, o me gustaría considerar que todo no vale. Los trabajos tendrían que deberse al mérito de cada uno, y todas las personas, tengan o no formación, deberían tener acceso a un oficio. Todos tenemos ese derecho.
¿La mejor salida para escapar hoy de la precariedad es irse fuera de España?
Me niego, me niego. Esa no debe ser la solución. Si se va todo el mundo, para empezar, nuestra sociedad no se desarrolla. Desde mi punto de vista, hay que intentar lucharlo aquí, buscar aquí la manera, y si no la encuentras y no queda más remedio, entonces sí, te vas.
¿Cuál es el trabajo más precario de los que ha tenido?
Todos son precarios, pero por ejemplo, trabajar para una conocida marca de telefonía que hace ERE teniendo superávit, por 4 euros la hora, eso es un disparate. Y trabajar de auditor de máquinas de tabaco por 2 euros la máquina auditada, también me parece indigno. Luego el oficio de speaker de La Roja estaba bien pagado, a 50 euros el partido, yo echaba 4 horas y al final eran 12 euros la hora. Y me lo pasaba bien, y trabajaba duro. Pero hay muchos trabajos pésimamente pagados.
En más de una ocasión ha dicho que no quiere representar a nadie, pero lo cierto es que miles de jóvenes se identifican con sus vivencias...
Sí, me han escrito muchos precarios hablándome de sus experiencias. Desde los que dicen que el libro les ha dado esperanza, los que se sienten más identificados y eso les genera complicidad conmigo, hasta los que les duele tanto que no han llegado a terminar el libro. Hay una inevitable empatía, pero yo solo he contado mi realidad, hay miles de realidades muchísimo peores a las que faltaría el respeto si dijese que lo mío es la realidad del precariado.
¿Y a los máximos responsables de los contratos precarios, esos empleadores a los que nunca vio la cara, cree que el libro les llegará?
De una manera romántica o ambiciosa, siempre digo que ojalá lo lean y les dé un poquito de pudor por lo que están construyendo. Pero no, lo cierto es que el libro genera empatía entre los que son más precarios, que están haciendo un esfuerzo económico para comprarlo; y los grandes empresarios siguen como hasta ahora, viviendo ajenos a una realidad tremendamente injusta y pueril.
El final del libro es esperanzador, con esa oferta que recibe de un trabajo más estable...
Sí, por suerte encontré un trabajo y ahora tengo una estabilidad. Pero me hubiera salido o no, el final iba a ser esperanzador. Yo lo sabía y lo tenía claro, porque nos están quitando tantas cosas que la esperanza no nos la van a quitar.