LA obvia relación lengua, actualidad y medios de comunicación se desvela más poderosa en ocasiones certeras en las que el foco informativo pone de relieve y en intensa circulación el uso de algunas palabras, términos poco usuales que de pronto, adquieren relevancia y solidez expresiva. Así ocurre, por ejemplo, en el caso del término escrachar que inunda páginas de periódicos y minutos de radio y televisión. El último caso de esta dinámica social la tenemos en el vocablo escrache que en Argentina y Uruguay significa romper, destruir o aplastar y también fotografiar; se utilizaba esta palabra para describir el hecho de protestar ante el domicilio de algunos de los responsables de la dictadura militar de tan infausto recuerdo y librados de la acción penal. La atracción de esta voz para recoger las protestas de desahuciados ante el domicilio de políticos del partido en el gobierno, en un momento de confección de la ley que regulará la dolorosa y complicada madeja de los desahucios ha provocado un debate tormentoso sobre su legitimidad y encaje democrático. El término exportado allende los mares se ha convertido en verbo acusador de una actualidad informativa exagerada y amplificada por unos capaces de ligar esta práctica con las bestialidades del nazismo alemán, mientras que otros la asocian con el derecho a la legítima manifestación pública. El fenómeno lingüístico adquiere proporciones de intensidad y riqueza nada desdeñables y una vez más la potencia expansiva y multiplicadora de los medios queda probada. La incorporación del término escrache al lenguaje de la calle se hace a velocidad supersónica y deriva en significados ausentes en su origen que prueban el estado vivo de las lenguas. De ser un elemento desconocido, escrachar se ha mutado en verbo común de nuestra diaria jerga.