las radios y televisiones han desarrollado en las tres últimas décadas un modelo de comunicación que otorga a tertulianos, opinadores y personal de similar ralea papel preponderante en la construcción del imaginario colectivo, creación de la opinión pública y debate social. En la jungla actual de tertulias en los soportes audiovisuales pulula fauna diversa, plural, singular, generalmente mal informada y que hace de sus peculiares reflexiones materia opinativa válida que lanzan con descaro manifiesto, quedándose tan campantes ante afirmaciones que no soportan un pase de veracidad y sentido común. No hay programa o cadena que se precie que no incorpore el subgénero de la tertulia a su dinámica comunicativa, haciendo de un teórico acompañamiento informativo, materia prima substancial para ofrecer el producto a la audiencia. Este avasallamiento, proliferación y plaga de tertulias y opinadores por libre, mancha el panorama informativo hasta límites insospechados, difíciles de reconducir y de futuro incierto. Esta nueva clase profesional de supuestos comunicadores tiene un estatus importante en la conformación de programas y su protagonismo corre parejo a los emolumentos de cifras importantes que reciben y que en ocasiones se ven incrementadas por las repeticiones en distintos platos o estudios radiofónicos y que han hecho de su labor patio de Monipodio alterado y agitado. Como artistas y deportistas, esta legión de opinadores, agitadores y manipuladores hacen bolos y por la mañana les tienes en radio, por la tarde en plató Deluxe y por la noche escriben columnita en diario digital. Más preocupados del show que de informar, más atentos a destacar que a opinar con fundamento, esta caterva de agitadores sin orden ni concierto mueve las aguas de la audiencia que un día no podrán controlar y los engullirá.
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