el patio de la tele está plagado de concursos, concursillos, concursetes de variada fortuna y similar factura que hacen de los antaño rígidos e insípidos miembros del jurado, activos agentes del espectáculo y diversión. Esto de los contenidos televisivos es un asunto de fortuna que va por barrios y lo mismo se ponen las cámaras de espaldas a un tipo de programa como se hace de un modelo sistema a imitar por las más de cincuenta ofertas al alcance del consumidor y de esta guisa tenemos, concurso de habilidades, de futuras estrellas de la canción o imitadores hasta la sopa. Estamos en temporada de setas y lo mismo ocurre con las parrillas de programación que están bien surtidas de animosos participantes que quieren su trozo de gloria o el cuarto de hora de fama televisiva que explicaba el gran Andy Warhol que entendió a la primera el poder del icono en la sociedad contemporánea de masas y consumo. Ejemplos de productos de éxito actualmente como La Voz, Tu cara me suena, Tú sí que vales que están funcionando a toda máquina y que tienen en La Voz un fenómeno relevante que acaba de recibir el premio Ondas. En este tipo de productos, los jurados, cada uno con su especificidad y estilo, se han convertido en palancas del entretenimiento con una amplia galería de especímenes desde la cantante Rosario hasta el histriónico Risto en programas de relativo coste ya que la materia prima son los concursantes que buscan un lugar en el circo de la gloria gracias a sus ejercicios malabares, voces sobresaliente u otras habilidades. Los populosos jurados juegan papel destacado en la oferta nocturna de millonaria audiencia. Latre, Llacér, Cerezuela, Naranjo, Malú, Bisbal, Melendi o Moreno, Kilo Rivera y Corbacho son parte esencial de estos éxitos que hacen de la competición y pela ante las cámaras claves de funcionamiento y triunfo.
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