Vitoria. Muchas veces, eso que la sociedad denomina como lo normal sirve para, entre otras cosas, ocultar realidades que la conciencia común considera que es mejor no enseñar. Sí, se sabe que están ahí, pero para qué se va hablar de ellas. En ese comportamiento también cae, aunque no quiera reconocerlo, la cultura. Eso sí, en su caso no es lo habitual. Al contrario, lo normal es que se revele para poner sobre la mesa lo que otros no quieren que aparezca. En la segunda entrega expositiva de este curso, la Escuela de Artes y Oficios acoge dos muestras que, a pesar de tratar temáticas muy distintas en lo social y lo humano, hablan de una situación que por lo general molesta, como es la prostitución, y de una característica vital que, en la mayoría de los casos, produce un reparo excesivo, como es la discapacidad.

Desde hoy hasta el próximo 7 de diciembre, José Ramón Aguirrezabal y Liher Kortabarría comparten espacio expositivo. El primero lo hace como artista invitado, sirviéndose de la fotografía para presentar Amor de pago (memoria triste de un puticlub). El segundo, como alumno del centro, despliega Así soy y así me expreso/horrelakoxea naiz; nire margoak bezalakoa.

En el caso de Aguirrezabal, su objetivo se para en el Hotel Gaceo, en un edificio hoy abandonado sobre el que se rumorea que su futuro pasa por el derribo y la construcción de viviendas. Pero el autor se centra en el hoy del inmueble para hablar de su último uso como puticlub. Son las paredes, los residuos, los graffitis... los que cuentan "tres historias de dignidad: la de los empresarios que hacen dinero a través de las mujeres a las que obligan a prostituirse; la de estas personas que tienen que vender su cuerpo; y la de los clientes que deben pagar para sentir", explica el fotógrafo.

La presencia humana es inexistente en las instantáneas y, sin embargo, es del hombre y de la mujer de quien se habla, de sus relaciones económicas, sociales e íntimas. Todo bañado por el morado, que reina en las paredes del abandonado edificio. "Me interesa de manera especial puesto que es el color de la dignidad".

De la fotografía a la pintura. Junto a Aguirrezabal está Kortabarría, un joven que trae a la escuela una selección de cuadros con los que abrir el mundo interior de un artista que tiene una discapacidad como es el autismo.

Se trata de un recorrido por una serie de pinturas al acrílico en las que se puede diferenciar dos partes: por un lado, aquellas creaciones realizadas bajo la dirección de Txomin Sautu en el Aula de Pintura del EPA Paulo Freire; por otro, las que se han llevado con total libertad.

"Con esta exposición quiere decir: no puedo cambiar pero quiero que me conozcáis", describen sus padres, que ponen voz, por un momento, a lo que el artista piensa y siente, aunque lo mejor para escucharle es observar su trabajo creativo. El color es, ante todo, la herramienta esencial de la que Kortabarría se sirve para construir imágenes vivas y alegres en la mayoría de los casos.