Vitoria. "Languidece la virtud sin adversarios", escribió Séneca. Y, quizás inspirado por esa certeza, el marqués de Sade desarrolló para ella múltiples pruebas. Lo eleva al paroxismo Justine, una de sus novelas más conocidas, que ha sido escogida por Ortzai -"me apetecía mucho", confiesa Iker Ortiz de Zárate- como piezas protagonista de su segundo ciclo Clásicos de la Muralla, que a partir del día 10 tomará las tablas de su laboratorio.

"El recuerdo que ha quedado de Sade es la explicitud de lo sexual", reconoce Ortiz de Zárate, director y uno de los intérpretes de la obra, quien sin embargo recuerda cómo se trata de "un autor de muy ondas inquietudes filosóficas, existenciales e incluso religiosas, que trata de probar que la justicia divina no existe, y dios, por extensión, tampoco". Con "planteamientos avanzados en lo social", el montaje se presenta de este modo como apoteosis de la eterna dicotomía bien/mal, aunque "en un marco de ironía y humor que es el que hemos tratado de subrayar más".

La adolescente Justine recurre a todos los estamentos sociales para preservar su virtud, pero lo que encuentra son constantes incitaciones al vicio. "Me enfadé cuando supe qué papel era", recuerda, bromeando, Mirena Nafarrate, que ostenta el protagonista de la obra. Hubiera preferido el -siempre a priori- más aristado rol de Juliette, la otra cara de la moneda. Y es que los malos, aunque empaticen menos, siempre seducen más.

"Justine todo lo sufre la pobre, pero tiene varias partes en el texto con reflexiones y frases con muchas emociones", explica. "Yo soy la mala, consigo todo lo que quiero", sonríe Idoia Rebollo, protagonista de otra narración paralela de Sade, Juliette o las prosperidades del vicio, y antagonista de Justine o las desventuras de la virtud en esta mezcolanza de ambos textos. Y, claro, para una actriz la posibilidad de desbordarse es un pequeño lujo. "Te lo pasas bien", confiesa.

Ana Delgado no tiene ninguno de los roles principales, pero sudará el disfraz. Los disfraces, porque interpreta seis papeles -soy hasta el Papa- a lo largo del montaje. "Es más complicado cambiar el chip del personaje que aprender el texto", asegura. Ayuda, para compensar, que "todo se ha llevado por el lado de la farsa", opina Ortiz de Zárate.

Un director que, a la par, cierra el cuarteto de intérpretes sumergiéndose en varios roles, entre ellos el del propio Sade, funcionando el autor como hilo conductor de un texto en que la virtud conduce a que el vicio pise los talones, y la mala conducta es, sin embargo, un sinónimo de prosperidad... Bien, pero volvamos al principio. Esto es un Sade, y hay "una evidente carga erótica inherente al texto", junto a una perpetua duda que se resolverá -o no- para el espectador al acudir a las representaciones, siempre a las 20.30. El año pasado se llevaron a cabo más de las previstas, a petición del público, algo que espera repetir Ortzai. "¿Se ríe Sade de la defensa a ultranza de la virtud?", se pregunta el propio Iker. Si es un ataque o una defensa, cada espectador deberá leer en su experiencia.