Vitoria. Ai ama! El tiempo pasa. Pero a algunos no les pesa. Ahí estaba Sonny Rollins, despidiéndose puño en alto, cual pantera negra en el podio olímpico del jazz. El último gran hombre ofreció enseñanzas en la última jornada de un festival que se va ya, con el aliento de su soplido, dejando muchas cosas.
Dejando un Mendi -meca, monte sagrado- que ha visto más calvas que de costumbre. Calvas de butacas vacías, que se dejaron notar incluso en días grandes -viernes y sábado-, pero no en las poderosas cabelleras de Esperanza Spalding, Pat Metheny y el propio Rollins, los tres totems de este año, tan libres sus cardados como el estilo que han elegido para vivir su pasión. Tocar.
El dinosaurio de saxo rugió como siempre. Él es jazz, en estado puro e infinito. Metheny no le anduvo a la zaga en el camino de experimentación y maestría que ha elegido. Pinchó Esperanza, la gran idem del género, poseedora de todas las virtudes que ha volcado, sin embargo, en un camino vacío. Quizás se esté buscando. Lo tiene todo. Lo tuvo en Junjo. Esperamos volver a verlo. Redman no tiene un pelo de tonto. Y, con The Bad Plus, toda la música que quiere y más. La misma que desborda Fred Hersch. Propuesta: refundición de las estatuas locales (salvamos al Caminante y a Aldecoa) y construcción de unas manos en honor a su corazón musical.
The Soul Rebels hicieron lo que debían, nutrir al personal a base de raíces recocinadas. Joe Lovano, más de lo que se esperaba, encontrando de nuevo la llave de sus mejores puertas. Gilberto Gil abrió hasta las ventanas enrejadas de la cárcel -que sufrió en carnes- con su no jazz, con su genio. Hizo lo que sabe hacer. Stefano Bollani trató de encontrarse, hasta por los suelos, y algo halló. Sweet Honey in the Rock apelaron a sus claves, a su espíritu.
En el Principal, menos calvas. Sigue su propio ritmo. Lo reventaron Ibrahim Maalouf, Tigran Hamasyan Trio y Phronesis. No tienen género, ni son degenerados. Son el futuro, paladeado en presente. Gorka Benítez Dúo y Ben Monder, Dominick Farinacci Group y Ambrose Akinmusire también fueron inolvidables, jugando sus personalidades sin ceder un ápice.
Shaking All Brass Band se dejó notar en las calles. Y, en los bares, se escuchó, en medio del ambiente desangelado, el grillo -cri-cri-crisis- que monopoliza las conversaciones, en las que salía cada cierto tiempo un Jonathan Batiste que ha sido el que más festival ha masticado y alimentado a la par, siempre acompañado de su botiquín de melódica para regalar inyecciones de ritmo.
Se acabó. Los tiestos que dibujan selva al escenario más salvaje están recogidos. Los músicos ya están en el siguiente festival, en el siguiente hotel, en el siguiente ascensor, hacia otro escenario. Deja recuerdos y la cabeza cargada de fraseos y frases -más rítmico queda 'frases y fraseos'- esta edición treinta y seis. Esperemos que, en la siguiente, el grillo detenga su solo, ese falso falsete de 'con la que esta cayendo' que, en realidad, es un eufemismo de 'la que nos están tirando'.
La música seguirá. Todo el año. Hay un puñado de apasionados a todo lo que significa improvisar la vida, aunque cada vez menos periodistas (¡no lleguemos nunca a la opinión única!) estén para contarlo. Hubo, este año, hasta algún fotógrafo nuevo, haciendo escuela.
Cuando empieza, solo tienes que dejarte llevar. Cuando acaba, te asalta el síndrome de abstinencia.
Ai ama! El tiempo pasa.
¡Puño en alto!