Da igual si lo escrito está sobre el papel, metido en un sobre y enviado por correo ordinario, o si las mismas palabras viajan a su destino en un e-mail, o se comparten a través de cualquier otra herramienta propia de los nuevos tiempos. Lo importante, lo esencial, lo verdadero es lo que se quiere decir y cómo se expresa, no el canal que se utiliza. David Morán y Luis Amézaga lo saben bien. No se conocen. Bueno, no, mejor dicho, nunca han estado físicamente frente a frente, pero se llevan tratando ya diez años. El primero vive en Tegucigalpa. El segundo en Gasteiz. Entre ambos hay un océano de distancia. Pero ni el Atlántico ha conseguido impedirles que hagan realidad Reloj de arena.
Hubo un tiempo en el que los llamados libros epistolares tuvieron mucho más apogeo. No es el caso hoy. Aún así, los dos autores han seguido este camino para encontrarse, para contarse, para relacionarse. En el origen no estaba sobre la mesa la idea de que todo cristalizase en una publicación (que se puede obtener en www.lulu.com), ni tampoco el hecho de que ésta sea una realidad palpable entre las manos significa que hayan concluido nada. De hecho sigue, y espera aportaciones, en http://dietariorelojdearena.blogspot.com.es/.
Una revista que hace un tiempo llevaba Amézaga fue su punto de encuentro. A partir de ahí, empezaron a escribir juntos. "La idea, al principio, era ejercitar la literatura epistolar, mantener una comunicación pero literaria", describe el autor vitoriano. A través de Google, durante un año fueron intercambiando comunicaciones hasta que se dieron cuenta de que lo que a ellos les estaba ocupando podía resultar interesante a terceros. Para ello volvieron hacia los textos, pulieron los detalles, quitaron alguna parte más personal, y se decidieron a abrir su conversación a otros, también motivados por la muerte del hermano de Morán. "Hay piezas heterogéneas que hablan de todo tipo de cosas, de crónica social, reflexiones sobre libros, cuestiones diarias, miradas a lo que pasa en nuestro entorno...", apunta Amézaga, que descubre al tiempo como hilo conductor (de ahí el título).
Un libro, doce meses. El calendario marca la estructura. Y cada uno, desde enero hasta diciembre, se abre con un haiku. Después, tanto el escritor hondureño como el vitoriano van intercalándose ante la mirada del lector.
"Nuestras vidas son del todo diferentes. Es la palabra la que nos une. Él vive en una ciudad, como me suele contar, en la que mueren más jóvenes asesinados que personas mayores por ataques al corazón. Allí la vida vale cero. Sobreviven. Van al día", describe Amézaga, quien apunta, con una sonrisa, que "para él Vitoria, aunque no haya estado nunca y eso que le gustaría, y mucho, salir del país, es una ciudad bonita, acogedora, coqueta y tiene la Mercedes... es lo que él identifica".
En esa relación entre ambos, el idioma es común, pero con matices. El propio Luis reconoce que mientras su compañero de teclado entiende a la perfección los giros más localistas del lenguaje que llega desde este lado del Atlántico, a él le cuesta mucho comprender lo que Morán le transmite en ocasiones con expresiones de, por así decirlo, a pie de calle. De todo se aprende.
Pero este dietario no es sólo una invitación a leer. Se puede escribir bien y tenemos que intentarlo. Siempre ha habido una preocupación por ello, más allá de que se traten de cartas privadas. Es más, se puede disfrutar de escribir bien. Las nuevas tecnologías no pueden ser un impedimento en este sentido, aunque te expreses en 140 caracteres. En Twitter hay gente que escribe muy bien". Amézaga y Morán lo demuestran.