Vitoria. La última tarde del Azkena Rock Festival no pudo empezar mejor gracias a North Mississippi Allstars Duo. Y con ese arranque era de esperar que el resto del día fuera por el mismo camino y ganando enteros, además. No por nada, desde que se conoció la configuración del cartel de este 2012, ya se preveía que la del sábado iba a ser la jornada a no perderse y así lo entendieron, y con razón, las 16.894 personas que acudieron hasta el recinto (que se tuvieron que pelear con el frío intenso aunque, por fortuna, no con la lluvia).

Como ya se contaba ayer en estas mismas páginas, el nexo de unión entre una tarde prometedora y una noche esperada lo marcó la aparición en escena de Lynyrd Skynyrd. Y sí, se puede decir lo que se quiera (que Johnny Van Zant tiene una voz muy justita, que casi no queda nadie de los buenos tiempos, que...) pero sólo por ver la emoción de casi la totalidad de los presentes cuando sonaron clásicos como Free Bird (la última del bolo), lo demás no importa. O sí, pero no es el momento. ¿La curiosidad? Que la banda salió del escenario y se metió directa en dos autobuses negros y enormes para salir pitando. Ni pisar el camerino, oiga.

Anécdotas a un lado, a partir de ahí hubo que estar otra vez en modo pelota de ping pong para intentar llegar a todo lo que estaba sucediendo. En ese ir y venir entre escenarios, aparecieron unos My Morning Jacket tremendos. Sus discos no hacen del todo justicia a sus directos, donde la banda alcanza su mejor versión, más allá de que en su regreso al ARF hubiera algún momento intermedio un poco más bajo. Su atracción, eso sí, no evitó que la actuación casi paralela de The Union reuniese a un buen número de espectadores, que se quedaron más que satisfechos con un combo inglés que es ya parte de la lista de sorpresas a las que seguir de cerca.

Con el espíritu por todo lo alto llegaron otros tres bolos que pusieron a muchos en esa difícil situación de elegir entre papá o mamá. Arrancó Hank III en el escenario de la carpa no dejando títere con cabeza partiendo del country (¡cuántos bailes hubo!) para dejarse llevar por todos esos mundos que tan bien controla el nieto de Hank Williams (es muy complicado intentar encuadrar a este hombre en un solo plano porque pasa de un estilo a otro como si fuera lo más natural).

Cuando él todavía estaba en escena, se reencontró con el certamen Charles Bradley después del aperitivo servido el viernes al mediodía en la Virgen Blanca. Y la volvió a liar con una voz desgarradora llena de soul, funk y rhythm and blues. El de Nueva York (que a la tarde no se quiso perder nada del concierto que ofreció su colega Lee Fields) repitió fórmula y éxito.

Cuando él estaba llenando el tercer escenario, en el primero hicieron su aparición The Darkness. No se puede negar, el grupo tiene sus férreos detractores (los agudos de Justin Hawkins ponen nervioso a más de uno, igual que la pedrada que tiene Hank III), pero el cuarteto se encuentra en un estado de forma más que apreciable. Tanto en los temas nuevos que tocaron como en la mirada a algunos de sus éxitos como I believe in a thing called love sonaron compactos, interesantes y divertidos. Lo único que rompió el ritmo de manera constante fue un tiempo excesivo entre canciones nada recomendable.

En ese punto de la madrugada, y coincidiendo en el tiempo, se encontraron con los presentes (todavía numerosos) Triggerfinger y Brian Jonestown Massacre. Tal vez, tal y como iba el día y, sobre todo, teniendo en cuenta que tras tres días de festival el cansancio era enorme, a esos dos cierres les faltó algo de chispa, un punto de locura más fiestera. No es que fueran dos actuaciones sin interés, ni mucho menos, pero la noche estaba pidiendo a gritos alguna marcianada. Con todo, los unos y los otros (otra vez de un escenario a otro) cumplieron para bajar un telón que se volverá a subir dentro de 12 meses.