EL inevitable paso del tiempo obliga a empresas a instituciones a necesarios cambios para adaptarse al signo venidero de los tiempos y por ello surgen procesos de modificación de las viejas estructuras, reforma de los modelos construidos y aggiornamiento de objetivos, fines y medios y es lo que está ocurriendo con las empresas de televisión de titularidad pública. La economía rige de forma determinante la vida de empresas, justificación en el mercado y legitimidad de la competencia frente al sector privado y todo ello regido por el principio de servicio público que cimenta la existencia de televisiones públicas y que en las últimas décadas ha plantado cara de forma atolondrada y arriesgada a la programación privada, mimetizando modelos, figuras y modos de hacer tele que les ha llevado a una difícil continuidad ante los déficits y deudas acumuladas. Ha llegado el tiempo de revisar contenidos, dimensiones de la empresa pública, principio de subsidiariedad que salvaguarda en Europa la existencia de empresas de titularidad pública. Deben podarse los frondosos árboles de los canales autonómicos que han poblado desmesuradamente el negocio con más ruido que nueces, con más ornato gubernamental que éxitos de audiencia. No es fácil de entender la presencia de canales juveniles o deportivos que consumen medios y personas en un ejercicio de fragmentación de las audiencias. Tampoco se entiende la compra de derechos millonarios de eventos deportivos por parte de la tele pública que plantea una competencia de precios, inasumibles por el sector privado. Ni se entiende, para terminar, que la tele pública dedique su tiempo a programas del corazón y prensa rosa que difícilmente pueden considerarse información de servicio público. Hay que ir podando para ir aclarando. No se pueden derrochar esfuerzos en tiempos de crisis.
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