¿Qué tal en la Fundación Telefónica? ¿Qué hace una entidad de este tipo que puede que para muchos lectores sea algo que desconocen?

Fundación Telefónica trabaja en el desarrollo de la acción social, educativa y cultural a través de diferentes programas. Los que tienen mayor peso son Proniño, enfocado a la erradicación del trabajo infantil en Latinoamérica; Educared, cuyo objetivo es favorecer el uso de las tecnologías en las aulas; Debate y Conocimiento que promueve la reflexión en torno a las TIC a través de conferencias y publicaciones; y el programa del que yo soy responsable, Arte y Tecnología. Somos un equipo de quince personas y nos dedicamos a conservar y gestionar las colecciones de Telefónica, su patrimonio histórico-tecnológico y su archivo histórico-fotográfico. Producimos exposiciones en torno al arte vinculado a la tecnología, desarrollamos la labor pedagógica alrededor de estos contenidos y organizamos una cita puntera en su sector, con ya 14 años de existencia: el concurso de arte y vida artificial VIDA. Ahora mi día a día es muy ajetreado porque estamos concentrados en la apertura de un espacio nuevo, en la sede histórica de Telefónica, en la Gran Vía de Madrid. Se inaugura el 8 de mayo con tres exposiciones y tenemos muchísimo trabajo.

¿Cómo fue volver a su ciudad natal después de vivir en Vitoria?

Mi vuelta a Madrid fue como mi llegada a Vitoria, fluida y sin ningún problema de adaptación. Eso sí, como la calidad de vida vitoriana engancha, he intentando mantenerla en la medida que una ciudad de este tipo te permite. Vivo en el centro y puedo ir andando al trabajo, si quiero como en casa... Por supuesto que echo de menos algunas ventajas de vivir en una ciudad más pequeña, pero todo esto ayuda, y al fin y al cabo, éste es mi entorno.

No ha pasado tanto tiempo desde que dejó su cargo en Artium en 2009... ¿Qué ha sido lo mejor de ese cambio y, tal vez, lo menos bueno?

Lo más positivo de ese cambio fue poder estar cerca de mi familia en una situación muy difícil de enfermedad familiar que por desgracia acabó en pérdida. Para mí 2010 fue un año durísimo. Si hubiera estado en Vitoria, todo habría sido mucho más complicado. Retomar el contacto cotidiano con los amigos de siempre también me ha gustado. Claro que para eso he tenido que perder la cercanía y la cotidianeidad con los amigos de Vitoria, gente muy querida y muy importante en este tiempo.

Pongamos la mirada unos años más atrás, cuando Fernández Orgaz y Artium cruzaron sus caminos. ¿Con qué expectativas comenzó?

Haciendo memoria, y creo que todos, empezamos con la expectativa de que aquello iba a ser algo grande, de que poníamos en marcha un proyecto serio, de mucha envergadura, por una parte para la ciudad, y por otra, para el sector del arte contemporáneo. Yo venía del campo de la educación en museos, y no del comisariado, como suele ser habitual en estos puestos, así que por fuerza iba a aportar otra mirada y otra manera de gestionar. Y suponía, como así ha sido, que a nivel profesional me iba a dar un aprendizaje y una experiencia increíbles a todos los niveles.

¿Cómo fue ponerlo todo en marcha?

Recuerdo unos meses muy intensos. Por un lado había que abrir un centro nuevo con todo lo que eso conlleva a nivel de gestión, y por otro, había que hacerse con el puesto propio, conocer al equipo, establecer una estrategia de trabajo y organización. Por supuesto, lo primero se tragaba a lo segundo. Así que no había tiempo para pensar con calma en esas cuestiones porque el ritmo era frenético y había otras prioridades más inminentes. Eso iría llegando después con el rodaje del día a día.

¿Cómo fue, en ese inicio, el engranaje con Javier González de Durana y Javier Iriarte, con quienes formaba el triángulo directivo?

Mi relación con ellos fue muy buena desde el principio. Puede parecer una tontería pero en el ámbito laboral el feeling que se tiene con la gente de más trato es muy importante para dar lo mejor de uno mismo. Los tres tuvimos buen feeling desde los inicios, y creo que eso facilitó mucho las cosas. Fue un triángulo directivo, como dices, construido en base a la confianza, el diálogo y la lealtad, lo que no significa que no hubiera discusiones u opiniones encontradas.

¿Cree que al museo se le pedía que fuese un Guggenheim dos?

Las expectativas de los vitorianos seguramente eran otras y más cercanas a lo que señalas. Hay que recordar que el momento en el que se empieza a construir Artium, estaba muy cercano a la apertura del Guggenheim y eso influyó en mucha gente. Pero creo que con el tiempo, se ha visto que la opción elegida fue la más acertada. Cada ciudad tiene una idiosincrasia, y por tanto, ha sido un acierto tener museos diferentes aunque complementarios.

Fueron ocho años en el museo en los que además de otras facetas, también desarrolló la de comisaria de exposiciones de Hannah Wilke, Patricia Piccinini o Patti Smith. ¿Qué huella cree que dejaron cada una?

Trabajar con la obra de una artista muerta, otra viva y bastante joven y un mito del rock forzosamente aporta experiencias muy diferentes. Sus discursos tampoco tienen nada que ver y eso es también interesante. Los dos primeros casos, aparte de las experiencias a nivel personal que fueron siempre enriquecedoras -por ejemplo el trato con el marido de Hannah Wilke, hablar de su enfermedad al final de su vida o de sus reivindicaciones- me sirvieron para sensibilizarme y tomar una mayor conciencia de los temas que aborda cada una de ellas en su obra. En el caso de Patti Smith te diré, aunque no soy nada mitómana, que me encantó conocerla y tratar con ella.

El paso de Smith fue especial para muchos, no sólo por la exposición sino también por el concierto, su forma de ser y de relacionarse...

Como decía, me considero una privilegiada por haber tenido la oportunidad de haber podido llevar a cabo todo ese proyecto con ella. El proceso no fue fácil, a veces me impacientaba un poco porque la comunicación no era tan fluida y rápida como yo quería. Al final todo mereció la pena. Cuando llegó a Vitoria, su entrega fue increíble, de un 100%, todo lo hizo con un cariño y una generosidad sorprendentes. Y ciertamente lo pudo sentir mucha gente. Ella además estaba encantada con todo y con todos. Un gustazo... El verano de 2010 me invitaron a participar en otra exposición sobre su obra, en una institución en Cataluña, y fue un placer volver a vernos.

Recuerdo, por aquella época, una mesa redonda que moderó usted sobre el papel de la mujer en el arte. Es una temática muy amplia y no quiero que entre en profundidades, pero es una cuestión que hoy podría protagonizar otro debate similar. ¿Todavía queda mucho por hacer dentro de la creación contemporánea en este sentido o se nota que el siglo XXI va avanzando?

Ciertamente han cambiado los tiempos a mejor, no tanto en este siglo, sino más bien en el anterior. Aún queda mucho por hacer porque continúa habiendo muchas inercias -por parte de hombres y mujeres- en las instituciones culturales. Hace unos meses el Reina Sofía tenía la mayor parte de su programación dedicada a mujeres artistas y esto se comentó en algún medio como algo positivo y, sobre todo, excepcional. El día en que esto no se mencione habrán cambiado las cosas de verdad. No hay que relajarse.

Cuando usted se fue, la crisis económica estaba empezando. ¿Sigue las consecuencias que eso está teniendo en el sector cultural aquí? ¿Pasa igual allí? ¿Se esté donde se esté, cómo hace la cultura para salir de ésta, sabiendo que no hay fórmulas mágicas?

Estoy enterada de lo que ha pasado en Vitoria en los últimos tiempos y me parece alucinante. Se ha pasado de una situación casi ideal y modélica -y poco frecuente en el Estado- a todo lo contrario. Me da mucha pena, la verdad. En Madrid también la crisis ha pegado duro y todo el mundo se queja constantemente. En las instituciones culturales las exposiciones duran cada vez más meses, se notan los recortes por todas partes, cierran sitios… No hay fórmulas mágicas, desde luego, pero al menos resulta esperanzador ver que sigue habiendo gente joven, valiente y con energía que se atreve a montar proyectos nuevos, alternativos y con planteamientos diferentes, autogestionados y con un gran compromiso con la creación. De ahí saldrán seguro historias interesantes...

Tras dejar el museo, ¿cómo cree que se percibe Artium en otras estructuras culturales del Estado?

Artium es una institución muy respetada y con muchísimo prestigio entre los museos de arte contemporáneo del Estado. Esto es así por la enorme calidad de su colección y por el enfoque de su programación expositiva pero, sin duda alguna, también por su gestión y su estabilidad. Nunca ha habido injerencia, ni vaivenes o problemas políticos como en otros muchos museos; eso le ha permitido desarrollar una trayectoria sólida y con mucha credibilidad. Cuando digo que he trabajado en Artium siempre recibo comentarios de halagos sobre el museo. No tengo ningún pudor en decir que es uno de los mejores del Estado.

¿Cree que Artium aporta o ha aportado algo dentro y fuera de Álava?

Me resulta imposible pensar que no lo ha hecho, tanto dentro como fuera de Álava. Ha habido muchísimas exposiciones interesantes, colectivas o individuales, nacionales o internaciones; actividades muy diferentes y de mucha calidad, para gustos muy diversos. Por no hablar de los programas educativos, rigurosos, coherentes y sensibles a las necesidades de los visitantes. Estoy segura de que eso está dejando un poso entre las diferentes generaciones de visitantes… Y a otro nivel, además ha aportado una mirada muy novedosa y en algunos casos arriesgada, en torno a la manera de interpretar su colección y de abordar ciertos debates artísticos o sociales.

¿Mantiene contacto personal con gente de dentro y fuera del museo?

¡Por supuesto! En mis ocho años de estancia he hecho muy buenos amigos, de los de verdad. Tanto dentro como fuera del museo. Y es gente a la que quiero un montón. Por desgracia no nos podemos ver tan a menudo. Estoy segura, y espero, que alguno de ellos esté leyendo esta entrevista y se de por aludido sin necesidad de que yo diga sus nombres... Les echo de menos.