Vitoria. No es casual que una de ellas sea diplomada en trabajo social y las otras dos educadora y psicóloga del ramo infantil. Todo empieza por los pasos de la mente, esa coreografía que uno mismo imagina e improvisa cada día con una pizca de técnica no siempre efectiva. La que pone la experiencia. Porque no todo va a ser músculo. El físico no se cultiva únicamente en las clases de Abdominales sin riesgo. Si estos espejos hablaran -y son bien grandes, de los más grandes que uno pueda imaginar-, seguramente no sólo contarían los secretos de posiciones y saltos. Hablarían bastante de la risa, del pensamiento y del crecimiento interior, ése que les ha llevado también a contar hasta veinticinco al recorrer los calendarios de Traspasos. Las fechas, esta vez, bailan en plata.
Veinticinco años, aunque los reflejos se dejan robar uno. Porque no todo empezó en los brillos que ofrecen las dos salas de los locales que habitan en Domingo Beltrán. El primer año concatenó meses en el tercer piso del edificio Simago, en General Álava. ¿Qué se necesita para echar a andar un proyecto? Marga Arroyo propone una receta. "Un atrevido y una inconsciente". El segundo papel corrió de su parte. El primero fue cosa de Mikel Gómez de Segura. Dueto inicial.
"La semilla de la danza y el movimiento las tenía marcadas, y la oportunidad apareció", recuerda, ante el espejo en el que comenzó a nutrirse -tras su formación en Barcelona- de sus propios aciertos y errores, autodidacta y adicta a la formación continua, siempre provista de "muchas ganas de bailar y enseñar". Si este espejo hablara, contaría que llegaron hasta este pabellón al año siguiente, "porque el espacio condicionaba mucho, y había que buscar uno más grande e independiente". Tuvieron que vaciarlo de butacas y demás mobiliario. Antes era una iglesia de los testigos de Jehova. ¿Qué les convenció del lugar? Una clave esencial. Lo componían dos grandes espacios sin columnas.
Otra columna, la vertebral de un esqueleto, ofrece en un rincón la metáfora evolutiva. "En este tiempo han cambiado los métodos, que son más respetuosos y saludables con el cuerpo, que tienen en cuenta la anatomía". No es casual que un buen pedazo del medio centenar de alumnos provenga del medio sanitario. También hay compañeros del gremio cultural. Actrices y actores, cantantes, músicos y hasta técnicos del servicio municipal de Cultura que han trabajado en sus espectáculos, en una buena acepción del síndrome de Estocolmo. El esqueleto calla. Tiene un hueso secuestrado. Es la tibia, que Marga ha llevado a las clases que da a un grupo de enfermos de fibromialgia.
Porque son muchas las actividades paralelas de las profesoras, y variados sus caminos. Maien Boix, por ejemplo, entró en Traspasos para recibir clases de teatro... "Mikel se fue con Geroa de gira a Murcia y Marga propuso dos opciones, o suspender las clases o dar un intensivo de danza. Yo no bailaba, ni siquiera me gustaba bailar". Aún recuerda el primer tema, uno de Matt Bianco. "Me enganchó".
Por entonces, la línea giraba en torno al jazz. Ahora ha virado hacia el contemporáneo. "Hay cosas de jazz muy interesantes para soltarse, elementos que nos sirven", explica Marina Ruiz, otra alumna que acabó pasándose al otro lado. Empezó con el clásico, comenzó a impartir clases en escuelas y probó a seguir formándose en otro estudio, El Patio, donde por entonces daba clases Arnaldo Paterson con el aval de haber guiado al ballet contemporáneo de Cuba. "Pero si esto es lo mío", se dijo. Cuando Paterson se fue, Marina vio que "Marga y Mikel daban un intensivo", y poco después -cambio de marcas- estaba dando clases a los niños de a partir de ocho años. Maien se encargó de los de esa edad para abajo.
"Todo ha crecido, y el equipo tiene mucha importancia en ello", reconoce Marga. También cuenta el concepto de especialización. Hubo un tiempo en que las profesoras combinaban su nutrida agenda con la no menos exigente vertiente de cara al espectador, en compañía de algunos alumnos. "Hemos dado bolos en casi todos los frontones de Euskadi", recuerda Marga. Era duro, pero también gratificante, aunque desde que se diversificaron ambas actividades, desde que en 1994 se diferenciaron Traspasos escuela y Traspasos compañía, los alumnos han salido ganando. Porque a ellas les gusta a rabiar la enseñanza "y del espectáculo no comíamos", así que la especialización sólo ha redundado desde entonces en el hecho de "poder dedicarle un trabajo mayor, más cariño a la clase".
Ha permitido, además, crear una república hecha de muchas repúblicas. "Cada una es como una miniescuela". Llegaron la salsa, el merengue y el afro -con Magdalena Milano, que ya dejó el estudio-, y llegó Rosa Lahoz, con el flamenco. Al principio no tenía apenas alumnos. "Nosotras dábamos tus clases", recuerda Marina a una Rosa recién incorporada a la conversación. Fue "coincidiendo con el ciclo de Flamenco del Siglo XXI" que sus clases despegaron. Hoy medio centenar de personas se van por soleares.
Maien coordina una de las últimas incorporaciones al programa. ¿Cuál es el secreto del pequeño boom del lindy-hop? "Es muy divertido; ves a la gente bailándolo y todo el mundo a su alrededor está sonriendo... y también salimos mucho a la calle", explica. Es precisamente la acera la que firma la última incorporación al programa, el hip hop, de la mano de la profesora Itziar Samaniego, los sábados y destinado "a un público más joven".
Pero aquí no hay límites. Sólo los que se quieren romper. "Hay un sello que se sigue manteniendo en el estudio, acercar la danza a gente que ni se lo plantea, y a todo el mundo le gusta bailar, son unas ganas que tenemos todos". Sólo es cuestión de técnica y trabajo, algo que, añade Marga, "no condicionan ni la edad, ni el sexo...". "Ni la capacidad de aprendizaje", apuntilla Marina.
Por eso les gusta salir a la vía pública a buscar a su público, a sus alumnos, a todo el que -sin saberlo incluso- quiera dejarse llevar. Y lo harán en sus bodas de plata con múltiples actividades, la primera de ellas un flash mob -acción organizada en un lugar público- en el que sus quinientos alumnos se pondrán a bailar el tema Shim Sham Song, en pleno parque de El Prado, el próximo 24 de marzo. Coreografía años veinte, made in Maien. Habrá más. Su tradicional encuentro de mayo en la plaza de la Constitución "será especial", como el congreso de swing que organizará ese mismo mes. Las profesoras planean, además, conquistar con pequeñas piezas los escaparates de comercios de Domingo Beltrán, rindiendo tributo a un barrio que les acogió con los brazos abiertos. A un barrio donde viven buena parte de sus alumnos, sobre todo los más txikis.
No es pequeño, sin embargo, su sueño. El sueño de seguir formando. "Nos encanta bailar, nos apasiona nuestro trabajo y que cada uno lo lleve luego a lo que más le convenga", afirma Marina. "Tenemos respeto por el cuerpo y placer por el baile", sentencia Rosa. "Me encanta enseñar", redobla Maien. "A pesar de los años, estoy muy a gusto cuando hago cosas en el escenario", asegura Marga. Las profesoras dibujan un limpio quorum, cerrando el círculo de la conversación. Coreografía pura.
La mente sigue improvisando sus pasos cada día. Con esa técnica que otorga la experiencia. Cada vez hay menos miedos. Y más tablas. Las que pisan a diario, como las de todo estudio de danza que se precie, susurran a cada paso. Parece que también recuerden. Si estos reflejos hablaran pedirían un juego nuevo de neuronas para los espejos. Han visto mucho. Y disfrutado todo. O quizás, simplemente, pedirían un bis. Por veinticinco años más.