Vitoria. El periodista y escritor alavés Ángel Martínez Salazar (Nanclares de Oca, 1957) es, desde su adolescencia, desde que descubrió a Alexander von Humboldt y su Del Orinoco al Amazonas, un gran apasionado de las historias de viajeros. "Me quedé enganchado con lo que contaba". Quizá por eso, con 20 años se lanzó a descubrir Cuba navegando en un buque soviético, o con apenas 16, movido por la Revolución de los Claveles, cargó con la mochila y "un billete de mil pelas", y recorrió Portugal haciendo dedo.

Este hombre de letras, que vive entre Vitoria y Sorlada, en Tierra Estella, es un auténtico ratón de biblioteca, aunque lo que de verdad le quita el sueño es la literatura de viajes. "Si echan una buena peli, la veo, pero si no leo. Y si en casa tengo 3.000 libros, 2.000 son de viajes y los he leído todos", señala. Tanta es su pasión que acaba de publicar una nueva obra titulada De comerse el mundo. La cocina de los viajeros españoles. "Es, básicamente, un homenaje a todos esos viajeros curiosos que ha habido a lo largo de la historia, y qué mejor forma que hacerlo a través de lo que han comido por aquí y por allá". O lo que han visto comer a su alrededor. "Cuando voy a viajar, sobre todo si es a algún país lejano, procuro primero leer libros de viajes, autores interesantes y, obviamente, como vasco, no puedo dejar de pensar en la comida", se ríe.

Martínez Salazar describe su obra, de la Editorial Laertes, como "un libro para comérselo" y dice que nace como hobby, aunque desde el más absoluto rigor y con una exquisita documentación. "Entre libro serio y libro serio -lleva una veintena-, me dedico de vez en cuando uno de estos para mí, que son al final los que mejor me salen. Necesito algo que me entretenga, me divierta, me entusiasme…, porque si no me aburro, y ya no tengo edad para hacer chorradas. Llevo 25 años haciendo crítica literaria como periodista, y es muy bonito, pero también muy árido. He tenido que leer auténticos peñazos, y esto me relaja, me sirve para desengrasar".

En esta obra se circunscribe casi exclusivamente a viajeros españoles, desde descubridores del Nuevo Mundo hasta contemporáneos, donde recopila figuras como las de Tomás de la Torre, Antonio de Ulloa, Manu Legineche o Javier Reverte. Dice que pensó en restringirlo a aventureros vascos (de los que ha escrito muchísimas páginas), pero lo desechó porque "se me hubiera quedado corto". También se le pasó por la cabeza haberlo ampliado a viajeros universales, aunque, como dice, "hubiera salido de ahí la Espasa Calpe".

A modo casi de enciclopedia, y aunque se ha permitido ciertas licencias, el autor habla y detalla la gastronomía de los cinco continentes, reuniendo anécdotas, historias y fragmentos de obras de autores-viajeros, desde el siglo XV, cuando comer era la principal preocupación, hasta el actual, en el que comer ciertas cosas es casi un reto. En ese sentido destaca los prejuicios que hay en muchas ocasiones. Señala que, a fin de cuentas, los motivos culturales y religiosos han venido determinando la manera de alimentarse en cada lugar: desde el perro en China o Corea del Sur, a los saltamontes en México, o las avispas y abejas en Sri Lanka. Incluso recopila alguna que otra historia de tribus antropófagas que los viajeros han ido dejando en los libros. "Con la comida, y también con otras cosas, hay muchos prejuicios. Prueba de eso es, por ejemplo, el zorro. Tú le dices a un inglés, que por cierto en general comen de pena, que coma zorro, y te dice que no, que se alimenta de alimañas y tal. Sin embargo, en algunas regiones de Rusia antes era un plato exquisito. O el caviar. A ti te ponen eso en el plato, te lo enseñan, y dices '¡qué asco!'; pero por algo será tan caro". De comerse del mundo también está lleno de guiños a su tierra. A la de nacimiento y a la de adopción, Navarra. "Hablo de los caracoles como el plato tradicional del patrón de Álava. Pero tú le dices a un extranjero que coma eso e igual vomita. En este sentido, el refranero es bastante exacto. Todo lo que corre, nada o vuela…, a la cazuela". Martínez Salazar también pone peros a lo que se ha dado en llamar comida regional o nacional, y cuenta la influencia del continente americano. "Es mi continente; si volviera a nacer, lo haría en América del Sur, me da igual el país. Y por eso en el libro hay mucha América. De allí trajeron el tomate, el pimiento, el maíz, las alubias, el cacao… Yo me pregunto qué comerían nuestros ancestros hace 200 años, porque, por ejemplo, la patata en Navarra y Álava no lleva más de 150 años, aunque parece que está de toda la vida. En realidad no, se empieza a generalizar a mediados del siglo XIX. Y hace 40 ó 50 años aquí se hablaba de los espárragos como una especie de raíces", señala este escritor, que reconoce que le encantaría viajar más. "Me gustaría tener dos vidas, una para viajar y otra para quedarme en casa. Pero me dicen que es imposible", concluye.