alguien me decía el otro día que últimamente hay más escritores que lectores". En ese equilibrio, entre el que se dedica a unir palabras y el que las desbroza -profesionalmente- se mueve desde hace ya diez años Roberto Lastre. Primero lector voraz y después escritor, hace una década decidió saltar a las bambalinas de la página y creó la editorial Arte Activo. "Era la ilusión de un ejercicio de libertad", recuerda pensando en 2001. "No esperaba mucho, sólo quería sentir la satisfacción de hacer el libro de otro y compartir su felicidad".
Partió de cero. Del blanco. Pero con la convicción que había encontrado en los talleres literarios que impartía. "Aquí residían unos cuantos autores con talento y a los que ni se les ocurría enviar sus manuscritos a grandes editoriales". ¿Que cómo empieza una editorial? Pues ofreciendo a esos autores tiradas pequeñas, sin distribuidora, y dejando los libros en depósito en los comercios del gremio gasteiztarra.
Se canta que "veinte años no es nada", pero en sólo diez Roberto, al margen de aprender el oficio, ha descubierto cómo éste cambiaba radicalmente. Tras trabajar con una empresa de Bilbao, encontró finalmente en UDL la llave de la distribución, completada después por la complementaria Celesa. Porque en ocasiones no hay otra forma de saltar fronteras. "Por ejemplo a Francia -donde han comenzado a moverse sus títulos- tienes que pasar con una exportadora".
No hay que irse tan lejos para ver otros cambios. Están en la tecla del ordenador. "Se está informatizando todo. Antes de enviar el libro físico tenemos que mandar una ficha a las cadenas de distribución". Lejos queda el paseo de librería en librería, donde "fluía más la intracultura, la relación entre los promotores culturales". Ahora las editoriales cuentan con agentes literarios y las librerías prefieren tratar directamente con las distribuidoras.
No es de extrañar. En este mundo de letras, Lastre pone sobre la mesa algunas cifras. "Es más cómodo, sobre todo porque cada día llegan a las librerías 360 libros nuevos, 600 en navidades; el librero que sabía lo que tenía ya no puede", reconoce. Y que, por mucho que los editores lo deseen, los lomos no lucen su perfil en librerías por mucho tiempo, salvo los que cuentan con el apoyo extra de la promoción. "Yo he hecho tentativas de alquilar algunas baldas, pero me han dicho que no pueden disponer de una inmovilizada". Y es que si el actual ritmo de Arte Activo es de seis libros al año, "las grandes editoriales tienen novedades constantes; y muchas de ellas tienen incluso alquilados los escaparates de las librerías".
Esto supone una presencia efímera, que debe ser reforzada con presentaciones de los volúmenes y el consabido apoyo de las instituciones, que en algún caso adquieren algunas copias y en otros apenas prestan atención a los autores locales. Supone también vivir al límite económico, pendiente de tener que devolver o no las fianzas que se entregan de la librería a la distribuidora y de la distribuidora a la editorial, un camino inverso que realizan los libros al dejar de calentarse bajo el foco, ya que "están el tiempo que los libreros ven que se mueven, y si no se devuelven; a veces hemos estado en saldo negativo", reconoce. Salir siempre a flote ha sido una realidad "gracias a la colaboración de los autores, porque se han involucrado en que el proyecto sobreviva y en que tenga un catálogo serio".
Por fin, después de media hora de conversación, sale al atril el libro en sí mismo. La industria es, desde hace tiempo, el tema de conversación principal en el mundo literario. Mucho más que cualquier intento de analizar la creatividad. Empezamos, pues, a hablar de libros. De una colección, la de Arte Activo, que está a punto de llegar al medio centenar y que se inauguró con Noíra Rocelina, del poeta Mariano Iñigo.
¿En qué consiste hoy en día la labor editorial? Y, más allá todavía, ¿por qué es necesaria en tiempos en que la autoedición es una mecanizada realidad? Lo segundo, porque la autoedición, aunque posibilidad perfecta, admisible y real, es finalmente una opción donde "no hay una contrastación de calidad", lo que une estos trabajos a la ya de por sí avalancha de títulos.
Lo primero es más largo de explicar. La presencia de un editor asegura al lector unas coordenadas más o menos similares, para bien o para mal. Si un par de volúmenes de una editorial le gustan, probablemente comulgue con su siguiente lanzamiento. Por eso se debe cuidar la línea. "Una mala crítica es peor que una bancarrota", afirma Lastre, recordando cómo en dos de sus ediciones encontraron fallos antes de llegar al mercado y, a pesar del coste, se paralizó su distribución y se repartieron sólo entre un pequeño círculo. "Es preferible comernos ese gasto y no distribuir esos trabajos que arriesgar".
Roberto se mueve del ordenador a la imprenta, de las presentaciones y actos de la Casa de Cultura a la librería. Pero sobre todo es el papel el que reclama su atención, "revisando los manuscritos y tratando de enriquecerlos con opiniones. Opiniones que sacan a la obra de la silenciosa isla del creador. "El escritor produce por una necesidad interior, produce para sí mismo, y, cuando decide dar el salto para entrar en la cadena, éste es abismal", partiendo ya desde ese anexo de los concursos literarios, que exigen derechos de por vida. "Incluso los de cine", asegura, recordando cómo Mario Puzo negociaba los de su más famosa novela mientras jugaba un partido de tenis. "El tipo estaba haciendo de Padrino".
Si Puzo tomaba los tics de la mafia, el también tiene, claro está, los del editor. "La lectura del manuscrito, por ejemplo, es incómoda, porque el editor ha generado un vicio y, en vez de entrar al contenido, va a la forma. Hace una lectura sin significado". Tras ese paso previo llega la visión estructural, la "narratología", y tratar de convencer al escritor de que algunos cambios beneficiarán a su trabajo. Citas, correos electrónicos, mensajes, "hasta insultos", siempre tratando de buscar el acuerdo.
A veces no se produce. Porque se augura de entrada una relación complicada. Por la calidad del trabajo. Por motivos económicos. Puede incluso que haya que anticipar unas publicaciones a otras para salvar muebles de esos "saldos negativos". Sólo algo no funciona: apostar por pretendidos reclamos de venta fácil. "Eso de hacer libros por dinero no me ha salido a mí bien".
Lastre confiesa no tener profundos conocimientos de mercado. "Podemos estar contentos cuando se pagan los gastos del libro". Le preguntan a veces por qué no hace una página web. "Porque tendría que atenderla". Sabe que con esta década de trabajo "se está cerrando un círculo, pero no visualizo hacia dónde va". Probablemente a seguir con sus primeros libros bilingües -francés- y a continuar decidiendo entre Arial y Garamond, entre papel blanco o ahuesado. A él le gusta con textura, para mezclar en sus libros poesía y pensamiento. Y, esta noche, para celebrar diez años pasando páginas, entre amigos, en Galería Itinerante. Por diez más.