Vitoria. En la puerta, una pegatina medio transparente indica que en el interior del local sucede algo relacionado con Periscopio. Pero no es que la muestra de fotoperiodismo lleve el World Press Photo o alguna de sus exposiciones más importantes al interior de una peluquería para hombres o de un asador. No, la razón es otra. La causa está en una nueva edición de su concurso para amateurs, esa cita anual en la que aquellos que no son profesionales de la instantánea pero que viven pegados al obturador toman Álava para mostrar sus creaciones en locales públicos y comercios de todo tipo y condición. Aquí es importante el qué se enseña pero también dónde se hace.
Desde el pasado 21 de octubre y hasta mediados de diciembre, 86 trabajos se encuentran repartidos por toda la provincia con el objetivo de ganarse al jurado de este año pero también con la intención de conectar con los espectadores, sean estos conscientes o no de por qué se están encontrando con una serie de fotografías colgadas en la tienda donde todos los días compran la barra de pan, por poner un ejemplo real de este 2011. Dentro de poco se conocerá el palmarés del certamen y ello tendrá su relevancia, sobre todo, para los que triunfen, pero más allá de salir en los medios o de llevarse un premio en metálico (se reparten 7.300 euros), lo que la mayoría de los participantes busca es acercarse a la ciudadanía para comunicar lo que lleva dentro.
Sobre todo en los dos últimos años, la organización está detectando un fenómeno curioso y es que son cada vez más los autores amateurs de otros territorios que acuden a Álava, a pesar de que para participar necesitan exponer en un espacio abierto al público, lo cual requiere o encontrar ayuda de amigos aquí o desplazarse de manera previa. Es el efecto llamada de una cita que, en esta edición, vuelve a tener a Gasteiz como punto de mayor concentración de muestras pero que también llega a Agurain, Amurrio, Llodio y Comunión.
La teoría es sencilla y no ha cambiado nada desde hace seis años: el concurso no está restringido al fotoperiodismo, sino abierto a todo tipo de temáticas, técnicas y propuestas, siendo la única condición que las imágenes se expongan en espacios comerciales o de acceso público de la provincia. Para los autores se establecen distintos galardones, tanto monetarios como, por así decirlo, en especias ya que los mejores son invitados al año siguiente a tomar parte en una muestra colectiva profesional y el que queda en primera posición pasa, de manera automática, a formar parte del jurado que 12 meses después debe dirimir el palmarés amateur. Para los locales, eso sí, es diferente ya que el único que recibe un reconocimiento en metálico es aquel que es sede de las instantáneas que quedan en lo más alto del podio.
Lo curioso de este 2011 es que el número de participantes, que siempre ha sido bastante alto, se ha disparado a los 86 trabajos, teniendo en cuenta que producir las series participantes cuesta más o menos dinero (reproducciones, marcos, instalación...). Pero parece que la crisis no es un impedimento para aumentar las cifras de un certamen que en estos seis años ha acogido casi 500 muestras de no profesionales.
La mayoría de los participantes se decantan por bares y restaurantes como espacios propicios para exponer. Tiene su lógica. Suele ser más fácil intervenir en sus espacios y es mayor la cantidad de gente que puede pasar, sin olvidar que, muchas veces, la gente que trabaja en hostelería está más abierta a este tipo de propuestas. Pero Periscopio ha demostrado que el arte de la fotografía puede asomar entre copas, pero también entre otras muchas cosas. Este año, por ejemplo, hay peluquerías para hombres, carnicerías, tiendas de ropa, en sedes de asociaciones sociales, en ópticas, en fruterías, en... incluso en centros de salud y hospitales. Son nuevas galerías (por lo menos por un rato) que se unen a la larga lista de marisquerías, sedes sindicales, centros socioculturales, charcuterías y demás lugares que a lo largo de estos años han tenido sus puertas abiertas para estos menesteres. Los hay que cobran por el alquiler y quien deja sus paredes a cambio de nada por amistad, cercanía familiar o simples ganas de ayudar al que quiere concursar.
Sea por unas razones o por otras, entre locales y fotógrafos, Álava se termina convirtiendo en una gran galería expositiva abierta al público. Todavía hay tiempo para ver lo de este año. Pero también para preparar las imágenes del que viene.