Dicen que una segunda crisis económica está llamando a la puerta mientras la primera sigue dejando víctimas por el camino. O tal vez ambas sean la misma, qué más dará. El sector cultural alavés conoce bien sus consecuencias. No hay más que mirar a la situación en la que se encuentran el arte contemporáneo y las políticas públicas sobre él: cierre de infraestructuras y de proyectos. La sensación de precariedad es parecida en otros campos, aunque hay quien está peleando como gato panza arriba para intentar mantener el esfuerzo realizado en la última década y está consiguiendo algunos resultados. Sobrevivir es la clave y en eso anda el área musical de la provincia, aunque eso signifique en ocasiones renunciar a determinadas propuestas y, sobretodo, dar pasos siendo consciente de que suponen perder dinero.
De todas formas, habría que hacer una diferenciación importante a la hora de analizar en qué situación se encuentra el sector. No se puede comparar la labor que están desarrollando entes privados y asociativos (desde las bandas o solistas a promotores pasando por salas de conciertos y empresas de diversa índole) con la que realizan las administraciones públicas, e incluso en este apartado habría que dejar a un lado a quienes están dispuestos a aportar y a quienes o no hacen más que poner piedras en el camino o se aprovechan del manejo de dinero público, aunque sea escaso, para actuar desde una situación de prepotencia y desigualdad.
Hay que echar la vista atrás algo más de diez años para encontrarse con un territorio en bastante malas condiciones. Sin un público activo, sin escenarios profesionales acondicionados, con los promotores foráneos asustados y los propios en proceso de desaparición salvo honrosas excepciones, con las administraciones más preocupadas por acondicionar espacios para supuestos grandes eventos... Salvo la inquietud propia de un buen número de músicos, el panorama era desolador. Pero con el cambio de siglo se empezaron a dar una serie de pasos, individuales entre sí, que han terminado configurando un mapa que sin ser perfecto sí tiene grandes potencialidades que habrá que ver si se pueden desarrollar en el futuro para seguir avanzando.
En estos diez años, el número de combos en Álava se ha multiplicado, aunque los que pueden ganarse la vida sólo con la música se cuentan con los dedos de las manos. Aún así, hoy es el día en el que todos esos intérpretes y compositores forman un caldo muy sustancioso y apetecible (desde el hip hop a la electroacústica o la música coral pasando por cualquier otro estilo), al que si bien le faltan ingredientes supone una base muy interesante para lo que se quiera o pueda hacer el día de mañana.
Importantes en este sentido son iniciativas que se han puesto en marcha incluso en los tiempos de crisis, como la creación por parte de Sonora Estudios de una orquesta más o menos estable para la grabación de bandas sonoras. Es sólo un ejemplo de otros que se podrían poner, pero es significativo ya que habla de una derivada económica que muchos no ven cuando miran desde fuera a la cultura.
El avance, de todas formas, tiene otras vertientes más allá del que atañe de manera directa a los músicos, sean profesionales o no. En estos momentos, cualquier semana en Álava ofrece varias decenas de conciertos, desde lo clásico a lo más actual. Donde hace una década no había nada, hoy existen salas como Jimmy Jazz e Ibu Hots y asociaciones como Helldorado que organizan actuaciones de manera regular, sin olvidar otros escenarios más esporádicos como Círculo o The Group. Y eso en Gasteiz, porque, por fortuna, el territorio cuenta desde hace un año con una nueva referencia en Llodio, Drumgorri. A eso hay que sumar la larga lista de bares y pubs que se han ido incorporando a la agenda, sobretodo en estos momentos de carencias, siendo los más veteranos puntos como el Parral o el Extitxu.
Su apuesta durante todo el año tiene continuidad, además, en eventos puntuales como pueden ser los festivales Arabatakada, Bernaola, Sinkro, el MEM, el de Jazz, el Azkena Rock, Jazzaharrean, las Pintxo Jam Session, el certamen paralelo al Curso Internacional de Música y otras programaciones, la mayor parte de ellas impulsadas desde lo privado o asociativo aunque en varios casos cuenten con apoyos institucionales. Lo mismo se podría decir de ciclos como Ondas de Jazz o la amplia gama de actividades que generan entidades como la Asociación de Bertsolaris de Álava, sin olvidar temporadas auspiciadas desde lo público como Art+Sound, los Martes Musicales o Kultur Campus. Y de toda esa labor no se puede desligar el trabajo de un buen número de técnicos existentes en el territorio, así como de agencias de representación o promotoras como Hontza y Le Klip.
Es verdad que en los últimos tres años ha habido proyectos que no han continuado como el Festival Spktro o locales como Electra (aunque en estos casos el dinero no ha sido la única razón o no por lo menos la fundamental) así como iniciativas que nacían con mucha ambición como el Muak! Gasteiz, un certamen en cuya primera edición se involucraron casi todos los que tienen algo que ver con la música en la capital alavesa. Y estos son sólo unos ejemplos. Pero frente a lo que desaparece, hay quien está utilizando la imaginación para poner en marcha algunas aportaciones, grandes o pequeñas, incluso sabiendo que no son rentables, por lo menos ahora.
Frente a ese panorama, las instituciones han tomado, generalizando un tanto, diferentes posturas: poniendo trabas, como sucedió en Llodio con Laudio Metal; apoyando económicamente lo que se hace, aunque el dinero se va reduciendo cada año y los dos próximos ejercicios prometen seguir por el mismo camino; o interviniendo de manera directa en el sector, sobre todo para programar, algo que suele hacer sin tener en consideración al sector privado o asociativo alavés y utilizando una herramienta muy perjudicial durante las tres últimas décadas en la provincia como es la aplicación constante de la cultura de lo gratis.