Cannes. Con el mérito suficiente de estar a la altura de lo que se espera de él, el finlandés Aki Kaurismäki presentó en Cannes otra ración del humor estático y el romanticismo residual que le caracteriza, pero con un plus de contenido social. El director de Un hombre sin pasado o Nubes pasajeras compite por cuarta vez a la Palma de Oro con este filme protagonizado por un limpiabotas de la estación de Le Havre que acoge mientras su mujer está ingresada en el hospital a un adolescente africano que es perseguido por la Policía.

"La inmigración es un problema demasiado grande como para dar respuestas. Todo viene de la colonización y es un poco tarde para arreglar eso, pero si los políticos salieran de sus habitaciones de hotel y de sus Mercedes a lo mejor las cosas empezaban a cambiar un poco", dijo ayer el más famoso de los realizadores finlandeses.

Le Havre, aunque pueda tener el viraje hacia la trama social, sigue sobreponiéndose a los géneros de la misma manera que, aunque esté rodada en Francia y en francés, todo suene a Finlandia gracias al trabajo de iluminación tenue y parcial o al código dadaísta de conducta de los persona jes. El universo Kaurismäki, una vez más, está por encima de las coordenadas de espacio y tiempo. "La ciudad de Le Havre era mi última esperanza y, la verdad, es un sitio triste aunque no lo suficiente como para lo que yo quería hacer. Pero era lo más lejos que mi cabeza podía estar de Finlandia", dijo en rueda de prensa un director que bien podría ser un personaje de sus propias películas.

En Le Havre, entonces, construye ese microcosmos pausado e hilarante en el que, pese a lo gélido del ambiente, un corazón tenue tintinea dentro de cada personaje, lo que lleva a un muy tierno -y por su disparate intrínseco, nada moralista- cuento sobre la solidaridad.

"Finlandia y Suecia son los únicos países que no podrían haber sido escenario de esta película, porque nadie está tan desesperado como para ir allí", ha asegurado.

Jodie Foster y Mel Gibson En el peor momento de la carrera de Mel Gibson, su amiga Jodie Foster le dirige en El castor, cinta que se pasó ayer fuera de concurso en Cannes y en la que el australiano hace un striptease emocional con un personaje deprimido que encuentra la salvación en una marioneta.

"El castor es un animal que construye cosas y luego las destruye", dijo una Foster ingeniosa y políglota en rueda de prensa, y el paralelismo era fácilmente extrapolable a Mel Gibson, quien tras forjar un duradero estrellato en Hollywood parece empeñado en echar por tierra con su vida personal el prestigio cosechado. "Para este personaje no pensé en nadie más. Mel es alguien que entiende el humor, la luz y el encanto del personaje, pero también conoce profundamente su lucha por salir adelante, la idea de no gustarse a sí mismo e intentar cambiar", aseguró. Foster se reserva en esta cinta el papel de esposa del protagonista y ha contado también con los talentos juveniles de Jennifer Lawrence y Cherry Jones.