DURANTE las siguientes líneas imaginen que la nueva ley antitabaco no sólo prohíbe fumar en el interior de espacios públicos, sino también proyectar y difundir películas en las que se consume nicotina. De entrada, desaparecerían casi por completo géneros como el western o el cine negro, y se reducirían ostensiblemente las filmografías de intérpretes como Humphrey Bogart, Clark Gable, Bette Davis o Marlene Dietrich. Además, hay infinidad de situaciones arquetípicas que tampoco tendrían cabida en las películas. ¿Qué sería del clásico cigarrillo postcoital o del que el verdugo ofrece al reo antes de ajusticiarlo? No habría timbas de cartas en garitos clandestinos y no se podría echar el humo a la cara de alguien para mostrar desprecio. Desaparecerían el tipo duro que usa su nariz como chimenea y el sádico que convierte el cigarro en instrumento de tortura. Son sólo algunos casos que ponen de manifiesto algo obvio: la historia del cine sería muy distinta sin la humeante pero peligrosa presencia del tabaco.

algunos títulos humeantes

Desde la edad de oro

Desde los inicios del cinematógrafo, el tabaco fue un recurso expresivo para perfilar al personaje y dotarle de características muy diversas: sofisticación, glamour, peligro, maldad o sensualidad. A finales de los años 20, con la llegada del cine sonoro, adquirió un uso más comercial: la industria tabaquera contactó con los estudios de Hollywood y urdió una entente secreta que no se desvelaría hasta muchas décadas después. Productores, guionistas y actores recibieron sumas millonarias de las principales empresas de cigarrillos para favorecer el uso del tabaco en las películas, en una práctica que fue habitual, y más o menos encubierta, hasta hace pocos años.

De ahí que la mayor parte del cine de la edad dorada esté plagado de secuencias con personajes pegados a un pitillo. El ejemplo más recurrente es el de Casablanca (1942), de Michael Curtiz, un filme en el que el espectador veía antes la mano de Bogart con un cigarrillo que su propio rostro. Su lamento pronunciado en la penumbra del Rick"s Cafe Americain no tendría la misma fuerza sin la botella y el cenicero lleno de colillas. Prescindir de esos elementos sería como eliminar del guión frases como "Siempre nos quedará París" o "Presiento que esto es el comienzo de una hermosa amistad".

El tabaco ha ayudado a definir las personalidades de mujeres, más o menos fatales, como las interpretadas por Marlene Dietrich en Marruecos (1930) y El expreso de Shanghai (1932); Rita Hayworth en Gilda (1946); Barbara Stanwyck en Perdición (1944); Audrey Hepburn y sus cigarros con boquilla en Desayuno con diamantes (1961); o la lasciva Sharon Stone de Instinto básico (1992). También es indisociable de gángsteres y tipos peligrosos como Edward G. Robinson en Cayo Largo (1948), Al Pacino en El precio del poder (1983) o Robert de Niro en Uno de los nuestros (1990). Asimismo, resulta difícil separar del cigarrillo a actores como Cary Grant, Spencer Tracy, Paul Newman, John Wayne, Marlo Brando, James Dean o Groucho Marx, que sería otro sin su bigote, las gafas y el puro. Este último elemento es también inherente a cineastas como Orson Welles o Alfred Hitchcock.

Mascado o fumado, el tabaco es imprescindible en el western, especialmente en la trilogía del dólar de Sergio Leone, con Clint Eastwood adherido a un cigarro. También es habitual en franquicias de acción como La jungla de cristal o Arma Letal, o en cintas futuristas como Blade Runner (1982) o Avatar (2009). Hay títulos que casi invitan al consumo, como Smoke (1995) y Coffee and cigarettes (2003), y otras que denuncian las prácticas mafiosas de las tabaqueras como El dilema (1999).

En lo referido a las series televisivas actuales, merece una mención especial Mad Men, en la que los personajes fuman como carreteros.

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Lo que el tabaco se llevó

Aunque en muchos casos fumar beneficie seriamente la ficción, lo cierto es que el tabaco en el cine ha contribuido a que millones de personas se acerquen al vicio -así lo confirman diversos estudios- y a que se apague la luz de muchas estrellas que fumaban dentro y fuera de la pantalla. Artistas como Humphrey Bogart, Yul Brynner, Gary Cooper, Bette Davis o Errol Flynn fallecieron a consecuencia de enfermedades inducidas por el tabaco. Es el reverso tenebroso de la erótica del humo.

Actualmente, algunas agrupaciones estadounidenses lideran una lucha para restringir el uso del tabaco en los filmes, algo a lo que se oponen los directores y productores bajo la idea de que en el cine, como en la vida real, se fuma. En España se proponen medidas como exigir que las productoras no cobren dinero de las tabaqueras o advertir antes y después de las proyecciones de la peligrosidad del tabaco.

De momento, las películas citadas permanecen a salvo en nuestra memoria y en nuestras videotecas. Quién sabe si en el futuro, como planteaba la película Gracias por fumar (2006), habrá sectores reaccionarios que pidan retocar digitalmente los clásicos del cine para que, por ejemplo, Bette Davis cambie el cigarrillo por un bastón de caramelo o Gary Cooper sople un matasuegras en lugar de darle una calada al pitillo.