Vitoria. "Alguien dijo que el tiempo da más valor a las fotografías", cita uno de los fotógrafos que retrata la exposición. Otro que es maestro en esto de escribir con luz, Javier Berasaluce, redunda en este encuadre conceptual. "Es que, antes de la fotografía, uno no podía verse cuando era pequeño".
Las instantáneas de Enrique Guinea son un pasaporte al pasado. El viaje, en blanco y negro, no carece sin embargo de colores, porque, casi sin quererlo, parece completar nuestra historia visual, esa que vemos con todo el abanico cromático. 121 piezas completan la historia de Gasteiz -y la de otros muchos lugares que visitó Guinea- en la sala Espacio Ciudad, que se rinde a los disparos que el cronista vitoriano realizó entre 1904 y 1944.
Su nieto, Enrique Guinea Garoña, confiesa la nula herencia genética. "Yo tendría que ser un fotógrafo excelente, pero no sé tirar una foto", reconoce. Para compensar, revela anécdotas que atesora de la escasa convivencia con su abuelo, apenas seis años. Sus recuerdos, como fotografías, son pestañeos que ha recopilado "a vuelapluma" en el catálogo de la muestra. Imágenes de la galería del piso familiar, en Manuel Iradier, con la luz del cristal positivando a su aitite, ya muy mayor. Viajes a Hondarribia, una de las protagonistas de la exposición.
No la única, porque en el recorrido dispuesto en la calle San Prudencio las pupilas se desplazan hasta Málaga, Madrid, Legazpi, Burdeos o Lekeitio, atrapando los primeros conatos de vida urbana y los últimos de lo que ha dado en llamar costumbrismo. Labradores, segadores, hilanderas o queseros conviven con los primeros coches que atravesaban las ciudades, con una visita a Gasteiz del rey Alfonso XIII o con una -inusual y masiva- manifestación católica que se enhebra con la afición actual de los partidos de derechas por tomar las calles.
Pero Guinea no sólo ejerce de fotorreportero. Su mirada deriva artística en múltiples retratos en primer plano, en atractivas composiciones sobre esgrima o lucha grecorromana, en una íntima Bendición de los campos -padre e hija- que recuerda inevitablemente a El rezo del Angelus de Ignacio Díaz de Olano.
Precisamente un homenaje al pintor, en Artes y Oficios, protagoniza una de las piezas de la selección, que se introduce en la vida de hospicios y escuelas, que descubre un Abetxuko nevado y una Florida arrasada por el tifón, que sufre con un picador en la enfermería y delata a dos niños precoces en El primer cigarrillo, que le valió un premio en el III Concurso Obrero.
Guinea no se conformó. "Fue cambiando de cámaras, de objetivos, hasta llegar al 35 milímetros, hizo fotografías con doble objetivo que permiten ver una imagen tridimensional -presentes en el recorrido- y tomó fotografías casi hasta el año de su muerte", recuerda Berasaluce, uno de los que ha trabajado para el excepcional fondo de más de 15.000 instantáneas que Guinea donó a los archivos de la ciudad.
Guinea nos permite ver lo que fuimos antes de ser. Descubrir lugares, rostros y actitudes que sólo podíamos imaginar y construir con palabras. Atrapó tantas imágenes que muchas quedaron sin positivar y "lo curioso es que desde el archivo, ahora me han facilitado muchas fotos familiares que yo no tenía", bromea su nieto. Nunca olvidará a su abuelo, porque aunque apenas le conoció tiene muchas imágenes de él. Y, sobre todo, muchos testimonios de una mirada que desde hace tiempo enriquece la de todos.