Son unos cuantos los que coinciden en la misma idea. El nacimiento de ambos espacios, y las derivadas que trajeron, supuso un antes y un después en la escena del directo en la capital gasteiztarra, tocada de muerte tras la desaparición de la mítica sala Elefante Blanco y que sobrevivía de mala manera sólo gracias a determinados bares, algunos destellos del Gaztetxe y la escasa y poco atractiva oferta pública (reducida casi a momentos festivos y a un Buesa Arena hipotecado por su uso principal, el deportivo).

Empezaba el nuevo siglo pero Gasteiz se encontraba retrocediendo a marchas forzadas unos cuantos años. Una ciudad como ésta, con unos 250.000 habitantes y capital de una comunidad autónoma, había desaparecido de todos los itinerarios de las promotoras musicales, empresas que desde siempre han tenido a Vitoria en la lista negra (en algunos y cercanos casos, también hoy), conocedoras de lo que cuesta conseguir mover al público aquí cuando de pasar por taquilla se trata. A esa mala fama se le unía entonces el hecho de que el municipio no contaba con un escenario medio o pequeño que reuniera unas mínimas condiciones (bueno, tampoco grande).

El cierre final del Elefante Blanco, escenario que podía presumir de haber acogido a una larga e interesante lista de bandas locales, estatales e internacionales durante sus años de funcionamiento, vino a dejar un gran hueco que se presumía imposible de tapar. De hecho, en el mismo espacio de la plaza San Antón se han intentado poner en marcha diferentes proyectos en los últimos años que tampoco han terminado de encontrar la tecla adecuada para conectar con los espectadores, y eso que, sobre todo durante la época de Kinvara, se hicieron muchos e importantes esfuerzos. Pero ni con esas.

No es que el silencio fuera total. Algunos seguían intentando que la música en directo tuviera su eco. Pero faltaba continuidad, presupuesto y público. Era una situación extraña si se miraba, por ejemplo, el número de formaciones de casi cualquier género que entonces existía en Álava. Pero, por lo general, cualquiera que quisiera disfrutar de conciertos tenía que emigrar con dos puntos de referencia: la sala Jam en Bergara y Bilbao.

Pero en diciembre de 2001, la luz empezó a asomar en el túnel. Es más, el tiempo ha demostrado que, por encima de todos los problemas y cambios vividos en este tiempo, los rayos eran consistentes, necesarios, generadores al mismo tiempo de otros destellos... Se ponían entonces en marcha, casi de forma paralela, la asociación cultural Helldorado y la sala Azkena (hoy Jimmy Jazz), dos escenarios que a finales de este año soplarán diez velas repletas de sonidos, de grandes momentos, de grabaciones de discos, de... esperanza por conseguir armar, esta vez sí, una Gasteiz para y por el directo.

Con muy pocas semanas de diferencia, ambos locales subieron su particular telón, aunque llevaban ya meses trabajando para que todo estuviera a punto. No fue sencillo e incluso a día de hoy, la capital alavesa no es consciente de la importancia que los dos escenarios han tenido y tienen.

Esos socios locos "Vitoria está fatal. No sé si es falta de interés, de inquietud o de cultura musical. Tal vez si seguimos nosotros y el Azkena, dentro de unos años habrá un montón de chavales que habrán mamado la música en directo y es posible crear algo más estable. Pero por ahora es patético".

Quien así se expresaba a finales de 2001 ante los medios de comunicación era Juan Uriarte, uno de los impulsores de Helldorado. Su diagnóstico no iba nada desencaminado. Ellos empezaban de cero y además con un modelo de gestión nada habitual por estos lares.

Y es que lo que se ponía en marcha en el pabellón 44 del número 6 de la calle Venta de la Estrella (en Uritiasolo) no era una sala de conciertos ni un proyecto sustentado en una empresa privada. Detrás estaba una asociación cultural formada por músicos y aficionados, hartos de que de en la capital alavesa no pudieran disfrutar de conciertos, sobre todo de rock. Esa estructura ha seguido siendo su sello distintivo hasta hoy, lo cual ha tenido sus aspectos positivos (sobre todo en cuanto a la libertad de acción se refiere), pero también los negativos, y es que los problemas económicos han sido una constante en esta década, aunque estas piedras en el camino se han ido solventando, por fortuna para todos.

Desde conciertos de hip hop hasta festivales de gótico como el Spktro (organizado por la agrupación cultural alavesa Kromlech), desde representaciones teatrales, proyecciones de cine y colonias musicales de verano hasta encuentros de moteros o talleres de tatuajes. Desde... Entre las paredes de este pabellón con una acústica privilegiada y una capacidad máxima de unas 300 personas han sucedido multitud de cosas, aunque el protagonismo siempre ha sido para el rock. Tito & Tarantula, Slim Jim, El Vez, Roy Loney, The Last Vegas, Eelectric Eel Shock, Dick Dale, Sharon Jones, Dead Moon, Mother Superior... son sólo algunos de los nombres de peso internacional que han pasado por aquí, sin olvidar las decenas y decenas de formaciones estatales, vascas y alavesas que también han formado parte de su cartel.

No hay que dejarse en el tintero tampoco el hecho de que combos como Supersuckers o Segismundo Toxicómano, por citar un par de ellos, han elegido a la asociación cultural para grabar DVD, discos y canciones. Incluso con sus conocidas camisetas oficiales, Helldorado ha conseguido cruzar fronteras, convirtiéndose en una referencia y no sólo dentro del País Vasco (¡la de gente llegada desde el sur de Francia que en ocasiones ha venido a Vitoria de forma expresa para ver un concierto en el pabellón!).

Y todo ello aunque su ubicación es un poco extraña para una ciudad que casi no sabe salir de la calle Dato. Sin embargo, la asociación ha ido dando pasos en este sentido hasta conseguir, por ejemplo, un contacto directo con el resto de la ciudad (también de madrugada) gracias a las nuevas líneas de urbanos.

En definitiva, lo de Helldorado se ha convertido en un gran milagro de supervivencia y lucha por la música, más allá de los problemas económicos, de las idas y venidas de socios, de la competencia y de muchas otras circunstancias. Y atención porque su intención es celebrar estos diez años a lo grande.

Hasta llegar a Jimmy Jazz Un poco diferente fue el nacimiento de la sala Azkena. En este caso sí era la iniciativa privada la que impulsaba el proyecto. Un nuevo equipo de gestión llegaba desde Bilbao para abrir una sala de conciertos con capacidad máxima para unas 1.000 personas en el número 4 de la calle Coronación. Al principio también se tenía la idea de abrir el espacio a otras expresiones escénicas, algo que sí ha sucedido en este tiempo, y habilitar el lugar a lo largo de la semana como sitio para menús del día y como cafetería, aunque esto último nunca se llegó a realizar.

El objetivo era muy sencillo: aprovechar el escenario con más capacidad de la capital alavesa y con una de las mejores acústicas para proponer una programación semanal de conciertos donde tuvieran cabida todos los estilos y bandas. La sala comenzó con fuerza aunque con el paso de los años fue espaciando las actuaciones ante la falta de respuesta por parte del público a algunas de sus citas.

Tampoco en su caso la cosa fue sencilla. Incluso problemas de ruidos con los vecinos obligaron a llegar a un acuerdo para terminar siempre los conciertos antes de la medianoche. Aún así, por sus tablas pasaron grupos y solistas tan diversos como Juanes, Yo la Tengo, Wilco, Amparanoia, Fito & Fitipaldis, Barricada, Enrique Bunbury, La Mala Rodríguez, Orishas, John Cale, Maceo Parker, Suede, Yossou N"Dour... Y, por supuesto, una multitud de formaciones vascas y alavesas que sería imposible resumir.

Pero, sin duda, la gran aportación de la sala llegó a los pocos meses de su inauguración. Ya a principios de 2002, Javi Arnaiz, cara visible de los gestores del local en aquella época, anunciaba a la prensa su intención de celebrar a mediados de septiembre de ese mismo año un evento de tres días bautizado como Azkena Rock Festival. En realidad, y para ser sinceros, casi nadie acogió la noticia con mucho entusiasmo, pensando en que aquello no sería más que uno de los típicos certámenes que muchas salas del Estado organizan de vez en cuando y que suelen morir entre cuatro paredes tras un par de ediciones.

Como el tiempo se ha encargado de demostrar, los que sí creyeron en aquella historia no se equivocaron. La próxima primavera, el macroencuentro celebrará su décima edición convertido en una referencia en el ámbito europeo. Pero ésa ya es otra historia.

En lo que respecta al escenario de la calle Coronación, cada año que pasaba iba tomando más peso como lugar para cerrar madrugadas de fin de semana que como espacio para actuaciones en directo. Aún así, mantuvo una programación estable hasta 2008, cuando los gestores que habían puesto en marcha todo el proyecto tomaron la decisión de no renovar el contrato que les unía a la sala.

Tras barajarse distintas opciones, el lugar volvió a la vida un par de meses después del cierre momentáneo. Fue en diciembre de 2008, con nuevos responsables (un equipo encabezado por Iker Arroniz) y con un nombre diferente. Azkena desaparecía. Nacía Jimmy Jazz. Y la revolución volvió a comenzar con conciertos hasta los domingos y actividades diferentes (monólogos, teatro...). Lo cierto es que el espacio lleva una velocidad de crucero que ojalá mantenga con el paso del tiempo.