Hace algunos años sonaba en las discotecas una canción que decía que el camaleón cambia de colores según la ocasión y traigo a colación su chunga letra porque no se me ocurre otro término para calificar la conducta profesional de periodistas deportivos que se mueven según gira la comba de la actualidad futbolera de la escuadra roja en tierras sudafricanas.

Que la selección española era el equipo favorito para ganar el Mundial ha sido el repetido mensaje de las acaloradas intervenciones en las últimas semanas, de un puñado de periodistas y comentaristas visionarios que se deben de creer llamados a salvar el orgullo y dignidad de la nación y que veía la participación de los de Del Bosque como un paseo militar en tiempos de bonanza. Eso sí, todo este circo lo hicieron antes de que comenzara a rodar la bola. Estos voceros del imperio sufrieron un severo varapalo tras la derrota hispana ante los desconocidos suizos que en cien años habían sido incapaces de ganar a los españoles y mira por donde lo hacen cuando los exaltados del periodismo deportivo no les concedían ninguna posibilidad de éxito y pretendían meter gol desde sus micros encendidos de una pasión sin límites. Y aparecieron los camaleones, bien de forma sigilosa y sin alborotar, a la espera del siguiente encuentro. Y una de dos, o se destapa de nuevo la euforia patriotera o los aduladores camaleones de antaño se convertirán en furiosos savonarolas de hogaño, mudando con facilidad camaleónica su comportamiento profesional. Cosas del periodismo deportivo, que lo mismo acaricia que sacude desde la cátedra sabihonda de títulos ganados en no sabemos qué campo de fútbol. Lo dicen ellos, lo mandan ellos, lo gritan ellos; son los periodistas deportivos de especie camaleónica, que por cierto, afortunadamente, no son todos.