Dirección: Philippe Lioret. Guión: Philippe Lioret, Emmanuel Courcol y Olivier Adam. Intérpretes: Vincent Lindon, Firat Ayverdi, Audrey Dana, Derya Ayverdi, Thierry Godard y Selim Akgül. Nacionalidad: Francia. 2010. Duración: 111 minutos
En alguna zona indeterminada, en el corazón de esa constelación imaginaria del realismo europeo delimitada por la cinematografía de Ken Loach, los hermanos Dardenne y Laurent Cantet, se ubica Philippe Lioret. Aunque su nombre no aparezca en esa relación de autores con rostro y gloria, Lioret es un viejo conocido porque ya en 1993 fue distinguido por el Festival de Cine de San Sebastián con la Concha de Plata al Mejor Director. La ganó con su primer largometraje, En tránsito, aunque su título original reclamaba ecos más líricos: Tombés du ciel. Es posible que pocos la recuerden pero no su historia porque la pesadilla de Mehran Karimi Nasseri, un refugiado iraní que vivió durante años en una terminal de un aeropuerto de París, fue reutilizada por Steven Spielberg diez años después. Lioret se apoyó en Jean Rochefort, Spielberg echó mano de su amigo Tom Hanks y la tituló La terminal (2004).
Si se rememora aquella película es porque en algún modo, Welcome retoma algunas constantes de ella. De nuevo Lioret fija su atención en un personaje extranjero, en ambos casos de origen iraní. Y de nuevo sus protagonistas se encuentran inmovilizados en una Europa asentada en un confort que encierra dramáticas bolsas de pobreza. Si Mehran Karimi se había convertido en un reo condenado a no poder salir del espacio neutro del Charles DeGaulle, prisionero inmóvil en un lugar del movimiento permanente, Basil, el joven protagonista de Welcome, lleva parecidas cadenas.
Desea ir a Inglaterra. Está inmerso en una carrera contra el tiempo porque allí, su joven novia está destinada a convertirse en la esposa pactada de un amigo de su padre. Basil encarna la tragedia de un Romeo kurdo en medio de un camino sin salida. Y su desesperación sirve a Lioret para montar una película didáctica, beligerante, bienintencionada y menos plana de lo que aparenta. En Welcome, Lioret construye una encrucijada de destinos que aspiran a conformar un engranaje de contrastes y simetrías. El aeropuerto de París cede su sitio al puerto de Calais. El tránsito de turistas ociosos y viajeros ejecutivos se torna en un hormiguero donde el transporte de mercancías sirve de escondite al éxodo humano de miles de emigrantes que huyen de la pesadilla del hambre, la violencia y la pobreza.
En ese territorio acotado por la muralla del mar, Lioret cruza a los vagabundos que huyen de la miseria con los felices euroburgueses del bienestar. Mientras el joven kurdo, Bilal, está dispuesto a jugarse la vida por responder a la llamada de su novia, un profesor de natación, campeón olímpico en su juventud, asiste impasible al naufragio de su matrimonio. El que nada tiene, lucha. El que mucho posee, se muestra impotente para pelear por lo que de verdad importa.
La sencillez del planteamiento no ofrece pliegue alguno ni sorpresas. Lejos del extremo rigor de los Dardenne, sin las dentelladas de humor que Loach dedica de vez en cuando al drama y sin la apabullante brillantez de Cantet, Lioret enuncia un discurso directo, simple y esquemático. En consecuencia resulta muy accesible para un público amplio y es lo suficientemente honesto como para evitar la autocomplacencia.
De ese modo, con prosa seca y verbo transparente, Welcome impone una llamada de atención hacia ese desfile de fugitivos que atraviesa occidente. Como hacía el Costa Gravas de Missing, aquí Lioret busca que en el proceso de redención del personaje sólidamente interpretado por Vincent Lindon, en su involucración y roce con esa realidad, surja en el público el impulso de actuar y la moraleja ética de creer que ayudar al otro es la mejor manera de curar las heridas propias. Cine de fe solidaria.