nO es que la magia sea lo de menos. Es que el hombre se come al mago. Y no es truco. Es un trato al que René Lavand llegó hace tiempo consigo mismo. Ser el que muchos consideran "el mejor mago del mundo". Pero ser, siempre, un poco más persona. Cimentar su espectáculo en una técnica perfecta. Para olvidarla y rendirse a la emoción.

Desde el primer piso del Aula Fundación Caja Vital, vista única y privilegiada. Tras una de las pantallas gigantes que proyectarán en breve la magia del ilusionista argentino, mientras un vídeo le presenta, la mano de Lavand masajea sus dedos. Toca teclas de un piano que sólo él afina. Anticipa el imposible.

Y eso que sólo quiere ser uno más. Un corriente de Corrientes. Un paisano -"hay gente pa tó"- que baja del escenario tras su último truco y saluda a los ojos de la gente. Porque ya no hay oídos que valgan. Los llenan los aplausos. Aplausos para el que los colecciona a miles. Para el que lleva más de medio siglo escuchando palmas y jugando con la suya al vértigo, "a la angustia", dice él, del infinito que sucede a la razón.

Hubo muchos aplausos en Dendaraba en la presentación -muy previa- del Magialdia, de la mano -en singular- de este viajero del naipe, perpetuamente entre el rojo y negro de Stendhal. La alusión literaria no es casual. Porque lo suyo no es magia. Es literatura de la baraja, con cartas que envían poesía. Y versos que juegan a la rima del número. "No se puede hacer más lento". ¿O no se puede ser más genio?

Tiene 81. Y quiere llegar a 104. Serían dos juegos completos de corazones, picas, diamantes y tréboles, ese paisaje en el que se mueve desde los 7 años, envenenado de tinta de Fournier como el monje que puso nombre a la rosa. En Dendaraba, vierte caldo riojanoalavés sobre cada truco. Y, entre truco y truco, sorbo de palabras. Y cuenta la historia de un soldado. Una historia breve, de coraje y amistad. Y al público, no sabe por qué, una lágrima le resbala por la copa de la mejilla. ¿Eso también será magia?

"La magia es ilusión y el mago tiene que fascinar al público para no decepcionarle", sentencia Lavand. Y vuelve a imbricar, sentenciando de nuevo a todos los ojos a una pena de culpa. ¿Por qué no pueden ver el truco?. "¡Es que soy irritante!", afirma con sorna. Y pasea de nuevo las tablas. Y el tapete, su hogar, espera otro reto. Y, tras otra historia -con Picasso, con Atahualpa Yupanqui, con Tamariz...-, vuelve a la cancha para meter goles de miga de pan.

Y el aplauso se redobla. Porque esa mano que le falta la pone el público una y otra vez. Desde que él se la tendió. Y siempre gana la mano. Y las manos le ganan el corazón. "Con un aplauso así, nadie puede dejar un escenario", dice por quinta vez. Y todos quieren una sexta, que el truco no acabe. Que la verdad de la mentira sea una mentira de verdad. ¡Y qué mejor embajador para Magialdia que René Lavand!