Los premios Gure Artea nacieron en 1982 como instrumento público para reconocer la creación visual en Euskadi. Empezaron como concurso-exposición que premiaba obras concretas; con el tiempo evolucionaron al esquema actual de tres reconocimientos –trayectoria, actividad creativa y labor de agente–, que hoy marcan el pulso anual de lo que el sistema artístico considera valioso. El relato oficial insiste en el carácter nacional; la práctica deja ver inercias territoriales que merecen revisión.
En 2024, el anuncio de los ganadores se realizó en Artium, en Gasteiz. Nombres: Idoia Montón (trayectoria), Josu Bilbao (actividad creativa) y la cooperativa Tractora (agentes). En 2025, el acto volvió a Artium y el galardón quedó en manos de Jon Mikel Euba (trayectoria), Zuhar Iruretagoiena (actividad creativa) y Garikoitz Fraga (agente). Dos ediciones seguidas con la capital alavesa como escenario institucional y, sin embargo, sin presencia alavesa entre los premiados. El contraste es claro: se usa la ciudad para poner foco, pero el retorno simbólico al ecosistema local es mínimo.
Álava también ha estado en la foto. Ahí están Juan Luis Moraza, premiado en 2014 por su trayectoria, y Elena Aitzkoa, reconocida en 2015 por su actividad creativa. Son precedentes firmes, pero aislados si se mira la serie reciente. No hace falta victimismo; sí una pregunta legítima: si la presentación se apoya en Gasteiz con tanta frecuencia, ¿por qué el mapa de reconocimientos no refleja mejor el conjunto de territorios?
No se trata de convertir el criterio artístico en cuota territorial. Se trata de ajustar el método: datos abiertos y equilibrio. Publicar una serie histórica –edición, categoría y arraigo de cada premiado– permitiría medir qué sucede, sin intuiciones ni agravios. Con esa radiografía, la administración puede afinar convocatorias, revisar jurados y corregir sesgos territoriales que a veces nacen de quién propone y de quién decide. Del mismo modo que ya se trabaja la paridad de género, si hablamos de un premio vasco conviene cuidar también el equilibrio geográfico. El segundo eje es el retorno. Si la presentación tiene lugar en Gasteiz, conviene que parte del trabajo se ancle en Álava ese mismo año: encuentros con agentes locales, mediación, publicaciones o residencias vinculadas a los premiados. Así el galardón no sería solo foto y dinero, sino proceso que activa nuestro tejido artístico.
La cultura vasca se narra también a través de sus reconocimientos. Que Gure Artea arranque en 1982 importa: habla de una voluntad temprana de dotar de impulso público a la creación. Cuatro décadas después, esa voluntad debe actualizarse con un principio sencillo: equilibrio razonable, transparencia y retorno. Porque Gasteiz, y Álava entera, también es “gure artea”. Pedir ese equilibrio no es privilegio; es rigor. Un equilibrio que no resta calidad: amplía miradas, diversifica contextos y fortalece el ecosistema.