En la larga charla que mantuve hace unos días en Onda Vasca con Miren Agur Meabe, la fecunda escritora mostró su desazón por el retroceso que, según ella, está sufriendo la normalización del euskera. Pensé que, sobre todo, aludía a las ya incontables sentencias judiciales que erosionan los derechos de las y los euskaldunes o a declaraciones rancias de algunos políticos que, como Isabel Díaz Ayuso, no se cortan un pelo en mostrar su desprecio por cualquier lengua que no sea la suya. Y sí, la autora lekeitiarra se refería también a esas circunstancias que, por desgracia, se repiten cada vez con más frecuencia. Sin embargo, su mayor motivo de sorpresa, a la par que de disgusto, es que vuelve a notar a pie de calle que hay personas a las que les molesta el simple hecho de escuchar a alguien hablando en euskera. Es como si hubiéramos regresado a los tiempos del “háblame en cristiano”.
La paradoja es que estas situaciones se den, como puso de manifiesto anteayer el lehendakari Imanol Pradales en el tan hermoso como necesario acto titulado Jauzia gara, en el momento de nuestra historia reciente en que contamos con un mayor número de ciudadanos capaces de desenvolverse en un idioma que hace medio siglo estaba en estado crítico. La ley del euskera, que apostó por una recuperación de la lengua propia que no resultara agresiva para el castellano, es en buena medida, responsable de los avances. Pero, por lo que contaba al principio de estas líneas, todos tenemos muy claro que es perentorio abrir una nueva etapa para ejecutar el salto cualitativo al que se aludía en el lema del evento que mencionaba. Y ese paso adelante hay que darlo, como también subrayó el lehendakari, no solo recuperando los consensos básicos sino ensanchándolos y, lo más importante, con la participación de la ciudadanía, teniendo presente que, aunque las administraciones deberán seguir ejerciendo su papel, los protagonistas tendremos que ser cada uno de nosotros.