Bulos. Fango. Casquería. Es la letanía en bucle al fondo a la izquierda. Con buena parte de razón, no digo que no. La derecha, la ultraderecha y sus respectivas terminales mediáticas no tienen el menor empacho en sembrar de trolas infectas –algunas, alucinógenas– el debate público. Por eso mismo, no parece ni lógico, ni coherente, ni ético combatir los infundios con otros infundios. Ocurrió el pasado fin de semana. Un digital afín al Gobierno español (o, más específicamente, al PSOE) publicó a todo trapo que un exguardia civil de la UCO, ahora acogido bajo el manto protector de Ayuso, instó a poner una bomba lapa bajo el coche de Pedro Sánchez o a enviarle un sicario venezolano. Como fuente, se aportaba un intercambio de mensajes del agente –que es un pieza de cuidado– con un confidente que también es telita.
Leyendo la secuencia, efectivamente daba la impresión de que estaban, como poco, fantaseando con un magnicidio. En medio suspiro, el asunto llegó a las principales cadenas de televisión, empezando por la pública española, y a las cabeceras digitales e impresas más potentes. Por descontado, a nadie se le ocurrió contrastar tan suculenta exclusiva. ¿A quién le importará la verdad cuando se tiene munición de primera para disparar al enemigo? Tres ministros, tres (María Jesús Montero, Pilar Alegría y Óscar López), corrieron a amplificar la especie, por supuesto, también sin someterla a la menor cuarentena. Pero llegó el giro de guion. Uno de los digitales del ultramonte más combativos también tenía los mensajes de marras y los publicó, acompañados de los correspondientes pantallazos, en el orden correcto. Ahí se veía que el medio que había lanzado a rodar la bola había eliminado tres frases. Sin ellas, cambiaba el sentido de la conversación. Todo era una broma sobre si al pícolo de la UCO le iban a poner la bomba lapa o mandar el sicario. Solo un par de medios han rectificado. Los demás se retratan haciendo justo lo que denuncian.