La Sala Amárica no se cierra. Esa es, sin duda, una buena noticia. Tras meses de movilización de artistas, agentes culturales y ciudadanía, la Diputación ha renunciado a su intento de transformarla en un centro de emprendimiento. No lo hará. Amárica seguirá siendo arte y cultura. Pero ¿y ahora qué?
El maltrecho sector artístico local trabaja ya, de forma altruista, en un proyecto colectivo solicitado por la Diputación, que va más allá de mantener abierta una sala. Que ese esfuerzo se haya articulado en torno a la asociación que defendió su continuidad es un paso significativo. Aunque, conviene decirlo, unirse para evitar un desastre no es en sí algo positivo: es una reacción forzada ante una decisión que nunca debió plantearse. Pero, quizá, como dice el refrán, “no hay mal que por bien no venga”.
El reto ahora es otro. Se trata de recuperar el sentido de ese espacio, de reactivarlo como una infraestructura pública dedicada al arte contemporáneo. No como un simple contenedor de exposiciones, sino como un centro vivo: para crear, mostrar, investigar, pensar, producir, compartir. Un lugar que no replique modelos agotados, sino que ensaye otros más permeables, sostenibles y participativos. Que combine programación regular con residencias, formación no reglada, mediación crítica, archivo vivo y apoyo técnico. Que no compita con otros espacios, sino que los complemente. Y que sirva especialmente de plataforma para lo emergente: quienes empiezan, quienes apenas tienen dónde estar.
Nada de eso será posible sin recursos. Y ahí está el problema. En 1989, cuando se inauguró, la Sala Amárica contaba con una partida presupuestaria propia cercana a los 400.000 euros actuales. Esa inversión desapareció hace años. Desde entonces, la precariedad se ha cronificado año tras año, lustro tras lustro. En Álava apenas hay galerías, los coleccionistas son excepción, el mercado local es anecdótico, las convocatorias públicas mínimas y los encargos institucionales testimoniales. La infraestructura de las artes visuales es débil, fragmentada, sin continuidad. Volver a dotar a la sala de un presupuesto digno no es solo necesario: es urgente.
Una nueva Amárica no puede funcionar en solitario. Su potencial dependerá de su articulación con otras iniciativas públicas y ciudadanas: Artium, Montehermoso, la Escuela de Artes y Oficios, asociaciones, colectivos, espacios independientes. Se necesita una red estable, una política cultural que fomente la cooperación, evite duplicidades y genere sinergias. Sin ecosistema, no hay arte que resista.
A mitad de legislatura, con la presión ciudadana aún reciente y el debate abierto, este es el momento de construir un modelo serio para Amárica: estable, profesionalizado, con gobernanza compartida y visión a largo plazo. No bastan parches ni gestos. Se trata de reactivar una infraestructura pública para el arte del presente. De volver a poner en marcha un latido que nunca debió apagarse.