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Una lágrima cálida y espesa

Estos días hemos asistido a la impúdica exhibición de la principal causa de todas las guerras: la codicia. Por eso Benjamín Netanyahu arrasa Palestina y Putin invade Ucrania. Por si no quedase suficientemente claro, el lucro asoma en las alucinantes propuestas sobre el resort gazatí o la explotación de las tierras raras ucranianas que plantea Patatrump para resolver estos conflictos. El magnate anaranjado elige además los emiratos árabes como destino de su primer viaje oficial como presidente de los Estados Unidos. En la primera etapa de la gira un miembro de la realeza catarí con un negro pasado penal le regala un avión valorado en 400 millones.

A principios de siglo aprendí algo sobre los orígenes de los acuerdos de paz. Tras una reveladora visita a la franja de Gaza, tuve la ocasión de asistir en Jerusalén a la reedición de una de las reuniones que alumbró en 1995 los acuerdos de Oslo. Uno de los protagonistas me contó que cada uno de los que se sentaban allí tenía en su lista de objetivos a otro miembro de la mesa. “Por eso nos bautizamos como la mesa de los asesinos. Eso nos acercó, porque nos vimos como personas, como seres humanos con una familia, unas relaciones personales y unas amistades detrás que solo deseaban que acabase aquella violencia”.

Este miércoles, Luka, el nieto de unos amigos, disfrutaba en el corazón de Urdaibai de la sensación de invulnerabilidad que a los tres años proporciona el regazo de tu progenitor. El padre saboreaba la profunda emoción de poder ofrecer tanto. El verdadero impulso de la paz. Algo imposible en Gaza o en Bucha.

La escena me inspiró este artículo y una lágrima cálida y espesa.