En mi patológica vida sufrí varios trombos, hasta que un fantástico hematólogo creyó que aquello era anormal, no porque yo lo fuera sino por razones médico-estadísticas. Tras las analíticas descubrió un defecto genético y me recetó pastillas, señalándome muy simpático que tanto la tara como la medicina eran para siempre, y añadió, como yo, que soy funcionario.

Al recordarlo, he reflexionado sobre la eternidad de lo temporal o la perpetuidad de mi deficiencia y de ser funcionario, suspirando que la de las pastillas pueda ser más larga. Y dándole vueltas he recordado un reciente artículo en Gara de Larraitz Ugarte, una de las diputadas y parlamentarias más duras de EH-Bildu, en el que, de modo resumido, venía a comentar que el funcionariado de hoy en día y sus sindicatos dejan mucho que desear, alertando ella misma que eran afirmaciones hechas por alguien de izquierdas.

Sin que sirva de precedente estoy de acuerdo con ella, y recordando que un jefe de OSI de Osakidetza me comentó que en un momento dado tenía un puesto que ocupaba una persona y cobraban del mismo otras cuatro, me pregunto y pregunto, cuál es el salario medio de funcionarios y de trabajadores privados?, ¿cuántos profesores de la educación pública piden la baja en setiembre y el alta en junio?, ¿cuál es la tasa de bajas en la administración en comparación con la empresa privada? Y lo dice alguien que fue funcionario y que piensa que si bien todas las culpas las trasladamos siempre a los gestores, algo, aunque sea algo, se deberá a los funcionarios, que además de servidores públicos cobran de todas y todos.

Aunque a Dña. Ugarte el tema le recordó a la motosierra de Milei, creo que es un pelín exagerado, como lo de aquel empeñado en que su hijo tocara el piano en fiestas del pueblo hasta que el alcalde accedió; una vez escuchado el horror de recital del niño, el señor preguntó qué le parecía la ejecución, a lo que el alcalde contestó que la ejecución era excesiva, pero una manita de hostias se merecía. Pues eso.