No tengo empacho en reconocer que era algo más que escéptico sobre la posibilidad de que Elkarrekin Podemos reconsiderase su extraño portazo al acuerdo para la revisión fiscal con PNV y PSE. Salvo sorpresa, que ya sería antológica, a la hora de concretar el pacto y certificarlo con los dos votos decisivos tanto en las Juntas Generales de Álava y Gipuzkoa (en Bizkaia la mayoría estaba asegurada), es obvio que pequé de desconfiado.

Bien es verdad que contaba con los potentes argumentos que me otorgaban la bibliografía presentada por los morados y, en lo más reciente, el grotesco episodio del freno y la marcha atrás en la consulta a las bases sobre el anterior pacto, con la dirección española ejerciendo de sala del VAR.. Pero eso es agua pasada que no mueve molino. Lo que se impone ahora es celebrar que, frente a lo que sufrimos tantas veces, esta vez sí se ha practicado la política en su más noble expresión, es decir, aquella que realmente sirve para aparcar las diferencias en aras de mejorar la vida de la ciudadanía. En el caso que nos ocupa, hablamos de un millón de personas que se verán beneficiadas por las nuevas medidas consensuadas. Eso, con doble subrayado para las personas con menos ingresos, los pensionistas o los jóvenes, que estarán en condiciones mucho más favorables de cara a acceder a una vivienda. Del mismo modo, los autónomos y las pequeñas y medianas empresas saldrán ganando respecto a la situación actual. Todo esto, en cuanto a lo práctico. Si miramos lo político, no es difícil apreciar el chasco que se han llevado los dos partidos que prefirieron disfrazar su ‘no’ de saque en posturas maximalistas imposibles de satisfacer. Respecto al PP, sinceramente, a mí plim; hace mucho que no espero nada de la sucursal genovesa en Baskonia. Me parece más destacable la situación en la que queda EH Bildu, que, pudiendo haber protagonizado el acuerdo, se ha quedado con un palmo de narices viendo cómo Podemos le ha comido la merienda progresista.