Esta apuesta también la gané. Cuando supe que Podemos Euskadi sometería a sus bases la decisión de su dirección de apoyar la reforma –más propiamente, revisión– fiscal del PNV y el PSE, tuve claro que la cosa no acabaría bien. En su cuesta abajo en la rodada, la formación morada ha dado sobradas muestras de que los que quedan a bordo no están precisamente bien avenidos. Se comprobó, sin ir demasiado lejos, en el propio proceso para elegir a su coordinador general, que se saldó con una victoria por los pelos de Richar Vaquero. Todo hacía presagiar, pues, que la polarización se repetiría al votar sobre una cuestión, por lo demás, tan sensible como la fiscalidad y que implicaba una foto incómoda. Otra cosa es que llame la atención que, sin que se hubiera explicitado que era necesario un umbral mínimo para declarar vencedora la postura favorable, se haya decretado que ganar por tres puntos equivalía a perder. Eso, además, con la intervención de la organización estatal en una decisión que teóricamente era soberana. Pero eso tampoco sorprende. Son los viejos modos. Los mismos, por cierto, que han contribuido a reducir a la casi nada a una fuerza que ganó dos veces unas elecciones generales en Euskadi apenas anteayer. Dejando al margen esos no muy edificantes detalles, lo que procede ahora es preguntarse si, como pareció darse a entender, queda un resquicio para la reconsideración de la postura. Desde luego, más allá de los vértigos, los dogmas y los tabúes, estoy convencido de que este acuerdo era (o diré que sigue siendo) la última oportunidad de que Podemos dé muestras de preservar alguna relevancia en el escenario político vasco. Observados con desapasionamiento, los compromisos arrancados a PNV y PSE de cara a este pacto pueden ser interpretados como un gran logro negociador. Y algo más importante: su puesta en práctica beneficiaría especialmente a las personas con rentas más bajas. ¿No es esa la misión de una formación de izquierdas? Ahí lo dejo.