Las tragedias dejan siempre un lugar para lo grotesco. Más de cuatro meses después de la dana que se llevó 222 vidas por delante en el sureste peninsular, el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, sigue espolvoreando versiones, cada cual más inconsistente, sobre dónde carajo andaba en las horas críticas de la riada. Volvería a ser cómico si no fuera dramático el hecho de que, en realidad, su destino está perfectamente documentado. Entre las tres de la tarde y, al menos, hasta alrededor de las siete, se encontraba en una comida presuntamente de trabajo con una periodista a la que le iba a ofrecer la dirección de la televisión pública que sustituyó al bien difunto Canal Nou. El lugar de la cita, el restaurante El Ventorro, ha adquirido notoriedad más allá de las guías gastronómicas justamente a raíz de ese episodio. Pese a ello, el cada vez más atribulado y acorralado Mazón ha ido aportando diferentes versiones sobre la hora a la que llegó al tristemente célebre Cecopi, el centro de coordinación de emergencias que aquel día batió sucesivos y, literalmente, letales registros de ineficiencia.
Hasta el pasado jueves, habíamos escuchado que había llegado “a media tarde” o “sobre las siete”. Sin embargo, ese día, para sorpresa general, su propio gobierno difundió una imagen procedente de las cámaras de seguridad del organismo que lo mostró entrando –con profusión de saludos a diestra y siniestra– a las 20:28 horas. ¿Por qué él mismo se ponía en evidencia mostrando el documento que acreditaba que ha estado mintiendo y que, efectivamente, había llegado al humo de las velas? Piensen mal y acertarán. Por una razón tan turbia como que la jueza que investiga la riada había determinado que la mayoría de las víctimas mortales se produjeron antes de que se emitiera la primera alerta, a las 20.11 horas. Si demostraba que él no estaba en ese momento, se libraría de una más que probable imputación. Así de miserable. Pero ahí sigue, hasta que Feijóo quiera.