En el reino de la motosierra están de luto. Los ideólogos del proceso mediante el que pretenden sustituir la democracia liberal por una teocracia de millonarios se quedaron de piedra tras conocer los resultados de las elecciones alemanas. Los cientos de millones invertidos en fabricar y difundir mentiras, los algoritmos para segmentarlas, la combinación con un empeño similar orquestado desde el Kremlin, fracasó. Alternativa para Alemania ni burló las previsiones demoscópicas, ni ganó los comicios al estilo CataTrump.

Alemania ha superado el examen con nota gracias a su sentido de comunidad, a una formación política de sus habitantes muy por encima de la que se respira por aquí, una memoria sólida que rechaza los liderazgos mesiánicos y una autoestima y confianza en sus propias posibilidades asociada a su historia reciente. Ingredientes que animan el acuerdo entre quienes creen en el sistema y ahuyentan la polarización en la que buscan reforzarse los líderes de tercera. El ascenso de la ultraderecha parece así tener un techo claro y a la vista de su distribución territorial, explicaciones y causas que generaran prioridades en la gran coalición que gobernará de nuevo aquel estado.

Los nervios generados por este revés en el cuartel general del golpismo planetario han destapado el objetivo de quienes lo impulsan: volver a un mundo gobernado por un par de imperios. También lo que les estorba, la Unión Europea y el triste papel de los que, por aquí, les hacen el trabajo sucio. Los Meloni, Abascal, Le Pen y compañía son en realidad títeres al servicio de una invasión cibernética que pretende impedir que Europa siga siendo un referente mundial de desarrollo económico con modelo social. Una amenaza que hay que frenar con un rotundo ¡Nunca Musk!