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Mamitis crónica

Elena Zudaire

Karla

dicen que la mujer del César no sólo debe serlo sino también parecerlo. A Karla Sofía Gascón le ha quedado bien claro. Sarah Hagi, la periodista canadiense que destapó su vergüenza, debe de sentirse orgullosa al mostrarnos al monstruo que habitaba bajo su transexualidad. Este linchamiento mediático me llena de dudas. Gascón escupió barbaridades hace diez años y eso ahí queda. Tampoco olvidemos que lo hizo desde un país donde la ultraderecha tiene su escaño en el Congreso y se permite soltar burradas sin que el escarnio les sepulte. ¿Cuántos apoyan con sus votos esas soflamas tan parecidas a los tuits de Karla? No obstante, intentando dejar a un lado ese terror, me pregunto también: si una persona es valorada en un contexto determinado por su trabajo como artista, ¿deberíamos separar talento de ideología o sólo podemos valorar ese talento si encaja en un molde ideológico preconcebido? ¿Son todas las personas artistas tolerantes, anti racistas, ecologistas y de izquierdas? ¿En qué momento alguien pensó que una persona transexual, aunque pertenezca a una minoría tan vapuleada, no pueda pensar de la manera en que Gascón se expresó hace una década? ¿Qué hubiera pasado si a alguien se le hubiera ocurrido sugerir que la shayla que lleva la periodista claramente la define en contra de la transexualidad y que ha utilizado este caso como su cruzada ideológico-religiosa personal? Sin embargo, cuando no conoces a alguien no puedes juzgarla sólo por su aspecto o sus palabras. Me cuesta entender cualquier linchamiento, ambas mujeres lo han hecho a su manera. Pero así se construye el estado de opinión. Hagi seguirá con su vida y a Karla se le acabaron los contratos. Alejándome del huracán, yo me alegro de que una actriz transexual, por unos meses, haya sido protagonista por su talento en una película que siempre merecerá la pena. No son buenos tiempos para que eso se repita.