Cada año, el Umbra Light Festival llena las calles de Gasteiz con luces y espectáculo, atrayendo a miles de personas y generando titulares que destacan la gran afluencia de público. En 2023, se habló de 100.000 asistentes y una ocupación hotelera del 95%. Sin embargo, un análisis más detallado de estos datos plantea dudas sobre el impacto real del evento en la economía local y la idoneidad de su presupuesto.

Uno de los argumentos más usados para justificar el gasto público es el impacto positivo en la ocupación hotelera. Sin embargo, Gasteiz cuenta con apenas 4.649 plazas de alojamiento entre hoteles, apartamentos y otros. Si la ocupación hotelera llega al 95%, esto supone que unas 4.400 personas se alojaron en la ciudad, aunque sin el evento también habría habido cierta ocupación. Pero esta cifra está muy lejos de los 100.000 asistentes anunciados, lo que indica que la mayoría fueron residentes o visitantes cercanos, cuyo gasto extra probablemente fue limitado.

El presupuesto del festival es otro aspecto controvertido. En 2023 costó cerca de medio millón a los contribuyentes. Aunque los datos recientes son menos claros, el patrocinio municipal para 2025 asciende a 78.512 euros sin IVA, sin revelarse el presupuesto total. Además, el festival recibe financiación de la Diputación Foral de Álava y el Gobierno Vasco, aunque sus aportaciones no se han hecho públicas. Esta falta de transparencia impide conocer el coste real y su reparto financiero.

Mientras tanto, la sala Amárica, un espacio de exhibición de arte contemporáneo con un presupuesto anual de 80.000 euros, va a cerrar. Este contraste refleja una política cultural que prioriza eventos de gran visibilidad, pero de impacto efímero, sobre infraestructuras que sostienen la producción artística local a lo largo del año.

El problema no es solo la cuantía de la inversión, sino la falta de estudios rigurosos que midan el retorno económico real de los festivales. Se desconoce cuántos asistentes gastaron en hoteles, restaurantes y comercios, y hasta qué punto su presencia benefició a la ciudad más allá del espectáculo lumínico. Sin estos datos, los argumentos a favor del festival se basan en estimaciones poco concretas.

Si la mayoría de los asistentes son vecinos de aquí, si la capacidad hotelera apenas cubre una fracción de los supuestos visitantes y si el retorno económico no está medido con precisión, surge una cuestión evidente: ¿se financia cultura o espectáculo sin impacto real? Mientras tanto, espacios culturales como la Amárica desaparecen por falta de apoyo institucional. La propia red de museos de la Diputación cuenta con un presupuesto anual inferior al del festival, y el centro cultural Montehermoso podría mantenerse dos años con la misma inversión. La gestión cultural necesita una perspectiva que trascienda los destellos efímeros de los festivales. Debe equilibrar la programación de eventos con un reparto equitativo de los recursos, evitando agravios comparativos.