La Región de los Grandes Lagos es el centro de atención en África y el mundo en los últimos días. Los hechos en esta región del corazón de África nos obligan a volver hablar sobre los grupos étnicos hutus y tutsis, los grupos armados FARDC, M23, CND y a poner el foco en las regiones de Goma, Kivu Norte y Sur.

Los fantasmas del pasado vuelven a asomarse entre Ruanda y la RDC. La tensión ha ido creciendo en los últimos tiempos, culminando el día 27 de enero con el anuncio por el M23 del cerco y ocupación por sus fuerzas de la importantísima ciudad de Goma, la capital de la provincia de Kivu Norte, precedida de la muerte en combate de un alto mando del ejército congoleño, el general de división y gobernador de la región Peter Cirimwani.

Es importante, antes de nada, entender quién es el M23. Se trata de una fuerza político-militar congoleña rebelde que se formó en abril de 2012, cuando cerca de 300 soldados, la mayoría de los cuales pertenecían al CNDP (Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo) y que estaban integrados en las FARDC (Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo), se rebelaron contra el gobierno congoleño, criticando las condiciones paupérrimas del ejército y la poca disposición gubernamental a implementar sus compromisos, derivados del acuerdo de paz del 23 de marzo de 2009. Fecha que, por cierto, da nombre al grupo rebelde. El acuerdo entre el gobierno de la RDC y el M23 tenía como promesas la integración de los militares, algunos beneficios materiales y protección a los miembros del CNDP por parte del Gobierno. Todas esas promesas terminaron incumplidas por el gobierno de la RDC.

Dicho acuerdo ponía fin al llamado proceso de paz de Nairobi III que, patrocinado por la ONU y la Unión Africana, tenía por objetivo resolver la crisis que estalló en 2008, cuando el CNDP, entonces bajo el liderazgo de Laurent Kunda, había lanzado una ofensiva que según él tenía por objetivo la defensa de la población tutsi local, que estaba amenazada por las milicias de la etnia hutu ruandesas, entonces refugiadas en la misma zona fronteriza entre el Congo y Ruanda, desde los horrorosos sucesos acaecidos en Ruanda en 1994.

Los conflictos en esta zona del mundo siempre han escondido intereses económicos. La explotación de los recursos ha facilitado la proliferación de otros focos y diversos actores, alimentando roces constantes entre la RDC y Ruanda. Paul Kagame (Ruanda) acusa a Félix Tsisekedi (RDC) de albergar a grupos hostiles y en particular ligados a la antes mencionada etnia de los hutus del antiguo régimen de Habiarimana, derrotados en el conflicto de los años 90. La RDC acusa a su vecino de estar en la génesis y en el mantenimiento de apoyos a grupos tan incómodos que, como el M23, en su mayoría perteneciente a la etnia tutsi, grupos que llevan tiempo con ganas de cobrarle a la RDC sus incumplimientos.

Durante la Conferencia de Berlín de 1884-1885, cuando se trazaran las fronteras de los países africanos, no se tuvieron en cuenta los aspectos culturales, ni los grupos étnicos. Por ejemplo, buena parte de los integrantes del M23 pertenecen a la etnia tutsi de Ruanda viviendo en el Congo. Este grupo se queja de permanecer viviendo en este territorio de forma marginada, humillada y despreciada, y miran a Ruanda como su tierra prometida y prohibida.

Este hecho contribuye y hace pensar al gobierno del Congo que todo el rearme y los respectivos ataques del M23 estén financiados y apoyados por Paul Kagame, presidente de Ruanda, acusado también de tener intereses económicos en la explotación de minerales como el coltán en las zonas de esa provincia de Kivu norte, fronterizas a su país. Ruanda niega vehementemente todas estas acusaciones y además habla sin rodeos de sus deseos de paz y estabilidad en la región.

Pese a su discurso de libertad, al M23 se le acusa de causar saqueos, violaciones, reclutamiento forzado de niños a los grupos armados, desplazamientos de civiles y de causar una importante crisis humanitaria. Los cerca de dos millones de personas que habitan la zona de Goma ven la paz en su país como una utopía. La región rica de Goma lleva años sufriendo una gran inestabilidad sociopolítica. En su desesperación, la población de Kinshasa, la capital del Congo, ha salido a las calles y ha atacado a las embajadas de Francia, de EE.UU., entre otras africanas y europeas. Al contrario de las acusaciones de su gobierno hacia la vecina Ruanda, la población siente que toda esta inestabilidad es provocada por potencias extranjeras, para facilitar la explotación de los recursos del país, unos recursos muy importantes en la coyuntura global actual en donde las tecnologías son la fuente de todo. Creen que es el país galo quien está financiando a los rebeldes. Les cuesta entender cómo un grupo como el M23 pueda tener la capacidad para controlar el espacio aéreo del país, así como todas las comunicaciones. La población asegura que se está usando a Ruanda como chivo expiatorio de un problema que tiene como cabecillas a Francia y Estados Unidos. Recientemente, el exmandatario estadounidense Joe Biden viajó a Angola anunciado una fuerte inversión en la construcción del corredor de Lobito, una infraestructura de ferrocarriles que va a transportar los minerales de la RDC, Zambia y Angola hacia los Estados Unidos a través del Atlántico. Por todo ello, en esas protestas la población pide que se deje de colocar a los africanos enfrentados como mecanismo de saqueo de sus países.

Por el momento, la situación sigue tensa, tal y como nos presentan los medios de comunicación, y su salida todavía no se vislumbra debido a posiciones que se hacen cada vez más distantes, la última de las cuales es la negativa del mandatario Félix Tchisekedi de acudir a una reunión extraordinaria organizada por su homólogo kenyano, William Ruto, para acercar posiciones y encontrar soluciones. Y ya se ha reportado el desplazamiento de 178.000 civiles, además de la muerte de tres cascos azules, dos sudafricanos y un uruguayo.

Trabajadora social, doctorada en Administración y Política Pública por la UPV/EHU y activista por los Derechos Humanos