Como quien no se consuela es porque no se esfuerza lo suficiente, cabría entonar que bien está lo que bien acaba. Hoy mismo publica el BOE el nuevo decreto con las medidas sociales que se fueron por el desagüe cuando, hace ocho días, Junts se subió a la parra en compañía de PP y Vox y tumbó el famoso ómnibus. Del mal, el menos, ¿no? De postre, el descuajeringue de la risa al asistir al papelón de los de Núñez Feijóo doblando bochornosamente la testuz al anunciar su voto favorable a prácticamente todo en lo que ciscaban, incluyendo (juajuajua) la devolución al PNV de lo que tan pilongos les pone llamar “palacete de París”. Y sí, todo eso es razonable, pero creo que lo es más preguntarse, como hizo Gabriel Rufián anteayer, si para esto hacía falta perder una semana y, añado de mi cosecha, meternos en un embrollo práctico, con los descuentos al transporte parcheados de prisa y corriendo o con la incertidumbre inútilmente instalada en pensionistas y afectados por la dana. Ahora hay que aplicarse en revertir esas ñapas, aunque jamás se podrá reparar el cabreo y la impotencia de quienes han sido (hemos sido) tomados como rehenes del cutre y desalmado politiqueo que, en nombre de la ciudadanía, manda narices, solo busca el beneficio propio y el perjuicio del contrario. Para que el insulto y la falta de respeto sean aún mayores, los protagonistas del inmenso bodrio tienen el desahogo de contarnos que la solución a la que se pudo haber llegado el miércoles de la semana pasada es un ejemplo de búsqueda del acuerdo entre diferentes en pos del bien común. Anda y que los ondulen con la permanén por ese descomunal cinismo y por tener el cuajo de apuntarse el tanto e ir difundiendo la especie de que han doblegado a los rivales cuando la realidad observada sin camiseta de tirios, troyanos o cretenses muestra bien a las claras que PSOE, Junts y PP (pongan las siglas en el orden que quieran) han acabado haciendo lo que juraban que jamás harían. Qué indecencia.