Miren que hace uno esfuerzos por mantener viva la llama del sentimiento europeísta, pero cada vez es mayor la tentación de ceder al desánimo y hacer una peineta mirando a Bruselas. De verdad, quise poner de mi parte y ver como un razonable ejercicio de real-politik la componenda entre las grandes familias representadas en el Parlamento de los 27 para repartirse las poltronas de la Comisión Europea dejando a su frente a Ursula von der Leyen como mal menor frente al auge de la extrema derecha. Pero ya veo que los firmantes de ese acuerdo tan primario están requetedispuestos a pasárselo por el arco del triunfo en función de sus disputas internas y/o domésticas. En mi ingenuidad oceánica, pensé que cuando el Partido Popular español comenzó a sembrar guano para frustrar la designación ya pactada de la ministra Teresa Ribera como comisaria y titular de una vicepresidencia, sus correligionarios de los otros estados les atizarían un capón por enredar y poner en peligro un consenso que había costado decenas de reuniones y que, además, les beneficiaba porque retenían la presidencia. Pues no solo no ha sido así, sino que tenemos al jefe de los conservadores, Manfred Webber, liderando las maniobras orquestales en la claridad. Y lo hace, además, porque el juego sucio de Núñez Feijóo contra la aspirante socialista le viene de perlas en la pugna interna por el poder que mantiene el tipo con su compatriota y compañera de militancia Von der Leyen. Su intención nada disimulada es hacer sudar a su rival y, en la carambola número quince, de imposible comprensión para los profanos, meter la suficiente presión a los socialdemócratas para que respalden a un candidato propuesto por la neofascista primera ministra italiana, Giorgia Meloni. ¿Una línea roja intraspasable? ¡Ja! A última hora de ayer, Pedro Sánchez se merendó el sapo. Los socialistas votarán al ultra para salvar a Ribera. Los euroescépticos se frotan las manos.