Compruebo con resignación que continúa el duelo por la (insisto) no tan inesperada victoria de Donald Trump. Ni siquiera cambia la cantinela del “hoy el mundo es un lugar peor que ayer”. Como si no fuera ya lo suficientemente malo. Por lo demás, la inmensa mayoría de los recitadores de la letanía son seres humanos cuyas cómodas vidas no van a cambiar ni una gota por la vuelta del energúmeno del pelo naranja a la Casa Blanca. Así que menos lobos y menos imposturas de carril. En cuanto a la otra tabarra repetida en bucle, el resentido “disfruten lo votado” que escucharemos cuando empiecen a llegar las medidas dañinas, tampoco parece que sea la estrategia más correcta para tratar de cambiar el sentido del voto de quienes lo depositan a favor de Trump o de cualquiera de sus cada vez más clones repartidos por el mundo. En este sentido, me quedo con lo que publicó el actor y activista Walter Masterson en cuanto se confirmó lo que para él, antifascista convencido, era la peor de las noticias. Sin ocultar su inmensa decepción, a diferencia de la mayor parte de quienes comparten sus ideas políticas, prefirió no llorar por la leche derramada y, lejos de rencores, se dirigió a las personas que habían apoyado al que él considera el tipo más deleznable de la galaxia para prometerles que cuando las políticas de la nueva era Trump destruyan su acceso a la atención médica, la educación y el agua potable, no estará allí para regodearse, sino para ayudarles a organizarse. En otro mensaje que me pareció inspirador animaba a buscar un modo más eficaz de llegar a la gente. Y ese modo, añado yo, no pasa por insultar a la gente. Ni por negarle la realidad en la que vive. Ni por pretender que Taylor Swift o cualquier otra figura del exquisito star system progresí tenga predicamento entre personas que viven al día. ¿Que por qué votan entonces a un megamillonario? Esa es la primera pregunta que hay que responder. Esa.
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