Es un argumento que he escuchado últimamente para justificar diferentes tecnologías o modas. En esencia se trata de defender algo nuevo que tiene evidentes implicaciones negativas en diferentes órdenes de la vida y la sociedad con la analogía de que un cuchillo, aunque puede ser usado como arma letal, es muy útil para cortar. No podemos dejar de usar cuchillos simplemente porque alguien use ese machete a la salida de la discoteca cuando está mamado y violento.

Pensemos en la inteligencia artificial que se nos vende ahora, la que nació para el público en 2022 como ChatGPT y otros modelos de lenguaje. Mucho se ha debatido cómo cambia el mundo, qué implicaciones tiene en lo laboral, la creación o la salud ahora que hay herramientas digitales que crean productos en apariencia inteligentes, intuitivos y originales y, sobre todo, plausibles o convincentes. Quienes han visto en esta temprana implantación un peligro por sus implicaciones, por su imposible sostenibilidad como recurso generalizado o cuestionado el proceso propietario y capitalista que consolida, somos a menudo criticados con el argumento del cuchillo: las IA son cuchillos eficientes que se pueden usar bien o no, y el debate debe ser cómo regular su uso, cómo controlarlo. Se hurta así, sin embargo, la pregunta básica de por qué tenemos que promocionar un modelo ineficiente de gestión de la información que no tiene, ni puede tener de por sí, un compromiso con la verdad o con la realidad, porque parte de un proceso aleatorio que simplemente busca convencernos a nosotros, que se nutre del trabajo anterior sin reconocerlo más allá de probabilidades estadísticas y complejos cálculos matriciales. Sucede que este cuchillo siempre es un arma, aunque a veces pueda servir para cortar algo útil.