Me ha tocado esta semana bucear en un tratado de astrología que un sabio persa escribió hace más de mil años para contarle a la gente su relevancia. El tratado de Albumasar fue tan importante que, traducido y versionado durante medio milenio, ocupó lugar destacado en las cortes más ricas, donde hombres sabios escudriñaban los signos del zodiaco, los aspectos de los planetas, las casas donde ascendían o caían sus influencias, todo para intentar entender qué pasaba en el mundo. Ahora lo pueden ver en una exposición de un editor, M. Moleiro, ha traído a Pamplona mostrándonos también todo un gabinete de maravillas, de libros que marcan la importancia de esa cultura que vivió antes de la imprenta. Ahora en los tiempos de lo audiovisual y de los grupos de fachas en Telegram todo esto parece antiguo. Fueron sin embargo signos de poder, de conocimiento, herramientas de un mundo que podía cambiar. Vayan a verlos al Planetario.

Pero lo cierto es que ya no tengo tan claro que podamos cambiar nada. A un tipo faltón y desagradable que recibió 800.000 votos en las elecciones europeas aupándose con un carguito al son de que la fiesta se acababa, se le demuestran corrupciones, castas, signos de que los ladrones siempre son quienes ganan aunque les pillen al final. Porque nunca pagarán por todo el daño producido. Mientras tanto, los signos de los medios apuntan a los pobres, la gente migrante, la de color, la rarita, para indignar y conseguir políticas de odio que sigan permitiendo a los mismos robarnos. Y yo, que suelo denunciar cosas de estas, estoy como el hombre clavo. Ya saben: “Donde pongo el ojo voy y la cago, me llaman el hombre clavo”. Tengo puesto en bucle en casa lo de Chill Mafia, que son de este mundo y de hoy, o sea, que yo estoy fuera y soy el marciano. Son signos, pero no sé qué avisan.