Es muy difícil imaginar los traumas y angustias por los que han pasado los gazatíes desde que, el 7 de octubre de 2023, varias milicias armadas de Hamás decidieron atacar territorio israelí y asesinar a sangre fría a 1.200 seres humanos, mujeres y niños incluidos. No fue un acto de guerra, sino una atrocidad sin parangón. Además, capturaron 350 rehenes para servirse de ellos y evitar –sin lograrlo– las represalias israelíes. Es complicado saber qué pretendían con eso, salvo llamar la atención internacional y, como se ha visto, provocar un nuevo incendio en la región. Pero lo que no podían, tal vez, esperar, era la naturaleza y el calibre de la reacción hebrea. De forma fulgurante, el gobierno de concentración liderado por Benjamin Netanyahu no sólo actuó de forma dura y contundente, sino con el mismo desprecio por los derechos humanos que sus homólogos de Hamás. Cerraron la Franja a cal y canto, con 2,2 millones de civiles inocentes dentro. Se cortó el agua y la electricidad, comenzó una operación de limpieza que se ha convertido en una de las operaciones militares de represalia más brutales, atroces e inhumanas que se recuerdan. El balance, 39.000 muertos, las tres cuartas partes mujeres y niños, y 85.000 heridos de diversa consideración, amén de haber dejado en la edad de piedra a todo el territorio gazatí.

Gazacidio

Tan terrible como lo que ha ido aconteciendo a lo largo de estos meses ha sido y seguirá siendo, primero, la inacción internacional. Se pasó de solidarse y ayudar a Israel con todos los medios militares para acabar con la amenaza de Hamás (o su exterminio), a criticar cómo se hacía uso de ellos. ¿Qué esperaban? Han pretendido matar moscas a cañonazos y los gazatíes lo han sufrido. Segundo, el celo y paroxismo israelí ha llegado a tal punto que ha impedido casi toda ayuda humanitaria esencial por el único paso posible, el de Rafah, cerrando el paso de cualquier camión o vehículo del que tuvieran dudas o la más ligera sospecha de que pudiera transportar un simple alfiler que ayudara a Hamás en su resistencia numantina. En consecuencia, la ayuda al interior del enclave ha sido lenta, complicada y llena de trabas. Tercero, Israel movilizó a sus tropas y las hizo entrar en Gaza como si fuese un área enemiga, toda ella, insensible a los efectos que ello pudiera tener sobre los civiles. Así, cualquier punto de resistencia era borrado y destruido a base de misiles y cañonazos, sin importar quién estuviera dentro. Y las áreas donde operaban las unidades militares debían ser evacuadas por los gazatíes, doblemente refugiados y desplazados, a zonas seguras. Aun así, también éstas sufrían ataques hebreos, aduciendo que eran refugio de activistas de Hamás, provocando decenas de muertos y heridos inocentes.

Los días, las semanas y los meses han ido jalonando las páginas de los noticiarios sin cesar. La guerra de Ucrania, antes en primera plana, pasaba a las páginas interiores. No era noticia, salvo cuando Rusia lanzaba algún que otro bombardeo masivo sobre ciudades ucranianas. Los informes de la ONG sobre las atrocidades de un bando y otro se han ido sucediendo, a pesar de que los periodistas palestinos han sido objetivo número uno israelí, de negar la entrada a reporteros internacionales e impedido que los gazatíes pudieran escapar de este cerco de hierro. Los horrores y terrores han conseguido filtrarse al exterior, forzando incluso a la Administración Biden a congelar algunas de las partidas de ayudar militar a Tel Aviv, para forzarle a frenar esta escalada e impulsar un alto el fuego, necesario para atender a los millones de civiles atrapados. La venganza se ha convertido en un acto de inmisericordia ciega por parte de Israel que, ocultando a sus propios ciudadanos la masacre en la que estaba degenerando su operación, se empeñaba en destruir Hamás, sin medir el precio en vidas gazatíes a pagar, ni el borrado de conciencia que los propios israelíes están haciendo en nombre de sus propias víctimas.

Sin duda, cuando se disipe el humo, el cuadro dantesco que se presentará debería ser juzgado por los tribunales de justicia internacionales y, como suele decirse, por la Historia. Y ésta no podrá ser nunca benigna con Israel. Porque por mucho que se escuda en su derecho a la defensa, lo que ha hecho ha sido deleznable, un crimen de lesa humanidad, en el que han pagado justos por pecadores. Israel, el país que sufrió el Holocausto, debería ser el primero en darse cuenta del modo en el que su Gobierno ha procedido a actuar de una forma cruel e inadmisible contra los palestinos. Los asesinados por Hamás fueron producto de un acto infame, cierto, pero la intervención en Gaza y el baño de sangre en que se ha convertido, en modo alguno es justificable. Es de una naturaleza pérfida. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y sus ministros, han abordado esta cuestión con la fría intransigencia de quien sólo le importa su honor y su fe, cosificando a los palestinos como si fuesen animales… y aparte de no serlo, de ser personas, nadie merece un menosprecio así; lo único que provoca responder de forma tan impía como tu adversario, o peor. Tel Aviv también se ha referido a que las críticas a su brutal estrategia eran puro antisemitismo, como si creyeran que ningún israelí puede comportarse de manera criminal, negando así su propia naturaleza humana. Desde luego, todos los israelíes se sintieron fuertemente conmocionados por la forma de proceder de Hamás, podían haber sido víctimas cualquiera de ellos. Hamás encarna la intransigencia y ese recuerdo perverso del genocidio judío en manos de los nazis. De hecho, se les compara con ellos. Pero no lo son, son otros. Los odios que alimentan la sociedad palestina y la hebrea cuentan con otras raíces y no tienen que ver con la fe, sino con la tierra. Ambos pueblos aspiran a la tierra del otro. Y esta disputa les ha hecho sacar los peores instintos, la rabia, el resentimiento y el odio más enconado; así como el desprecio por la vida de los otros. Todavía no es tarde para enmendar este desencuentro, por hacer de la paz una razón; y la convivencia, un principio humanista irrenunciable.

Doctor en Historia Contemporánea