Soy temible haciendo maletas. Sobre todo cuando el privilegio de poder irte de vacaciones implica movilizar a dos adultos y dos criaturas. Más te vale tener esa logística aprendida de forma autodidacta, porque no hay estudios que te la enseñen. Yo antes de tener hijas era bastante más práctica. Todo se reducía a una simplicidad que jamás volverá. Sin embargo, la maternidad me ha convertido en una Mary Poppins que no vuela pero está obsesionada con trasladar su casa allá donde vaya, lo cual, obviamente, es imposible. Eso sí, hay que admitir que mi táctica a la hora de organizar el equipaje se acerca bastante. Y eso me produce una satisfacción que se parece mucho a la que sentía mi madre cuando íbamos toda la familia a la playa. Tras recibir las críticas de mi padre por la cantidad de maletas, bolsos y bártulos que había que meter en el Renault 4L, llegaba ese momento en el que él necesitaba algo, por inverosímil que fuera, y mi madre lo sacaba de su chistera con la sonrisa de la victoria, la cual, dejaba a mi padre vergonzosamente sin argumentos. Porque, aunque mi padre no encajaba en los moldes masculinos de la época, sí dejaba en manos de mi madre la infraestructura vacacional. Y eso le despojaba de cualquier posibilidad de crítica ante una esposa tan minuciosa. En fin, que en esencia y resumiendo, me he convertido en mi madre y he adquirido sus habilidades para embutir en cuatro maletas un resumen de nuestra ropa y nuestra casa, que pueda trasladarse a cualquier destino vacacional durante una quincena. Así que, si por casualidad nos encontramos en el camping y necesitáis clips, pinzas, quitamanchas de cualquier tipo, gomas para hacer pulseras, cierres para las pulseras, una brida, cinta americana o pegamento multiusos, pasaos por nuestro bungalow, que os lo presto encantada. No olvidéis saludar a mi señor esposo que, como mi padre, calla y otorga.
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