Como señala con tino Míriam Vázquez en su crónica, casi a la misma hora en que Pedro Sánchez presentaba (difusamente, como escribo a la izquierda de esta página) su plan de regeneración democrática, el lehendakari Imanol Pradales proponía un pacto ético para blindar el clima de respeto en Euskadi. Se podría pensar que son iniciativas en la misma línea y con un objetivo asimilable. Sin embargo, hay una diferencia notable. Aunque el jefe del Ejecutivo español mencionaba algo sobre la necesidad de transparencia en el Gobierno, las medidas nucleares de su proyecto señalan a los medios de comunicación como culpables del deterioro democrático y proponen su control. Por contra, el planteamiento de Pradales se circunscribe a las personas y las organizaciones que se dedican a la política. Como ocurre con la caridad, la ética bien entendida empieza por uno mismo. Son quienes están en la primera línea de la representación pública las y los que deben dar ejemplo de un comportamiento íntegro. A partir de ahí, podrán ser exigentes con los demás, en lugar de señalar la paja en el ojo ajeno pasando por alto la viga en el propio.
No se me ocurre que ninguna formación –salvo Vox, claro– vaya a negarse a recoger el guante que les tiende el lehendakari. Tan solo se les pide que ejerzan su tarea buscando “unos mínimos compartidos que se basen en el respeto al diferente” y que trabajen por alcanzar “el bien común por encima de otros intereses”. Es algo prepolítico, realmente. No se trata de renunciar a los principios ni, desde luego, a las críticas todo lo aceradas que deban ser al resto de los agentes políticos, incluidos los gobiernos o sus integrantes. La petición es, si quieren que se lo traduzca libremente pero de un modo fácil de entender, que nos separemos radicalmente de las formas que imperan ahora mismo en la política española. Lo visto en la ronda de contactos con los partidos es una más que esperanzadora base para alcanzar el objetivo. – Javier Vizcaíno