Nos sermonean con que no hay que mezclar el fútbol (o el deporte en general) con la política. Pero luego, el PP de Bilbao financia una pantalla gigante en el parque de Doña Casilda para ver a la selección española en la final de la Eurocopa. Para anunciarlo, su portavoz graba un vídeo celebrando la gesta mientras las redes sociales populares difunden la buena nueva con un cartel atiborrado de rojo y amarillo y el reclamo “Todos con nuestra selección”.
Por mi parte, no tengo nada que objetar, más allá de subrayar la hipocresía de quien pide a los demás lo que no hace. En cuanto al hecho en sí mismo, ya escribí el otro día que, de un tiempo a esta parte, se ha naturalizado la presencia de camisetas de la selección española en nuestras calles portadas en su mayoría, además, por jóvenes educados en ikastola o en modelo D. De igual modo, ya ha dejado de ser sorprendente que durante la transmisión de los partidos se escuche el bullicio de los seguidores, que no tienen inconveniente en hacerse notar. Y los datos de audiencia cantan: el partido del domingo cosechó un share del 70% en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Como anoté, no soy capaz de explicarme el fenómeno. Aquí hay materia para un estudio muy interesante, si es que alguien lo hace en serio y sin tratar de arrimar el ascua a la sardina ideológica correspondiente. Lo que también puedo decir es que, a diferencia de muchos amigos y conocidos que viven esta circunstancia con un cabreo importante, yo no me siento particularmente molesto por asistir a la alegría ajena, siempre que se manifieste con respeto, que creo que está siendo el caso, por lo menos en nuestra tierra. Por lo demás, si vamos a esta selección concreta, entrenada por un canterano de Lezama y con siete vascos en sus filas, no me resulta nada difícil empatizar con ella. Con mayor motivo, si miramos la gran diversidad de sus integrantes y, de propina, el fútbol fresco, ágil y divertido que practica.